Dos meses antes de que James Comey fuera despedido, el jefe del FBI declaró por primera vez ante el Congreso que su agencia está investigando la campaña de Donald Trump por su posible cooperación con el Gobierno ruso para interferir en las pasadas elecciones. El anunció no hizo más que confirmar las especulaciones que desde hacía un tiempo circulaban por Washington, pero no por eso perdió un ápice de importancia.

Trump está nervioso y todo indica que la soga se estrecha sobre su círculo más cercano, como demostrarían los fondos adicionales reclamados por Comey para la investigación días antes de que le quitaran del medio. “La historia de la cooperación Rusia-Trump es un absoluto timo”, ha protestado el presidente. “¿Cuándo acabará esta farsa financiada por los contribuyentes?”, añade.

Las pesquisas del FBI contra la campaña de Trump comenzaron en el verano de 2016, según el propio exdirector de la agencia. Concretamente en julio, cuando aparecieron en la prensa las primeras noticias de que Rusia había pirateado los emails del Comité Nacional Demócrata, publicados por 'Wikileaks' mientras el partido celebraba su convención para entronizar como candidata a Hillary Clinton. No está claro qué las puso en marcha, aunque según el congresista demócrata Adam Schiff, miembro del comité de inteligencia de la Cámara baja, varios cabos conectaban ambos campos.

Por un lado, Carter Page, asesor en política exterior de la campaña de Trump, que aquel mes dio un discurso en Moscú condenando a EEUU por su “hipocresía al poner el foco en ideas como la democratización, la desigualdad, la corrupción o los cambios de régimen”. Por otro, las maniobras del círculo del magnate para sacar de la plataforma del partido una propuesta para armar a Ucrania en su guerra contra los rebeldes prorusos. Por último, las palabras del candidato Trump animando a Rusia a hackear los emails de Clinton.

"INTERACCIONES SOSPECHOSAS"

Con el tiempo se conocieron motivos menos especulativos para justificar la investigación. 'The Guardian' publicó el mes pasado que los servicios de espionaje británicos fueron los primeros en advertir a sus colegas estadounidenses sobre las "interacciones sospechosas" entre figuras del entorno de Trump y “conocidos o sospechosos agentes rusos”. Los primeros indicios aparecieron a finales de 2015, solo unos meses después de que lanzara la campaña, en conversaciones interceptadas a “personas de interés” rusas. “Los detalles son bastante sensibles”, confirmó más tarde el exdirector nacional de inteligencia, James Clapper. Los británicos no fueron los únicos en pasar el recado al FBI. Al menos otros siete países, la mayoría europeos, mandaron mensajes similares.

'The New York Times' lo dijo con otras palabras, citando fuentes estadounidenses. “Grabaciones telefónicas y llamadas interceptadas muestran que miembros de la campaña presidencial de Trump y otros de sus asociados tuvieron repetidos contactos con altos cargos de la inteligencia rusa un año antes de las elecciones”. Uno de los mencionados era Paul Manafort, el primer jefe de campaña de Trump, quien trabajó como consultor para el presidente proruso de Ucrania, Victor Yanukovich, y también para un oligarca cercano al Kremlin.

PIRATEO INFORMÁTICO

En octubre del 2016, un mes antes de las elecciones en EEUU, el espionaje estadounidense oficializó sus sospechas sobre el pirateo informático. Varias agencias acusaron conjuntamente al Kremlin de "interferir en el proceso electoral". La cháchara pasó a ser política de Estado. Casi al mismo tiempo, según se publicó después, el tribunal secreto que autoriza las escuchas más sensibles en el extranjero dio vía libre para espiar a dos bancos rusos supuestamente vinculados a la trama y también a Page, el asesor de Trump, del que el FBI sospecha que sea un agente ruso.

En el entorno político del neoyorkino siempre hubo figuras vinculadas de un modo u otro a Rusia, empezando por el propio Trump, que desde los años ochenta trató de hacer negocios en Moscú. Pero nada de eso es delito, como tampoco lo es cobrar más de 30.000 dólares por asistir a una gala de Russia Today, la televisión en inglés de Putin, como hizo en 2015 Michael Flynn, el primer asesor de seguridad de Trump. La cuestión reside en saber si el entorno del presidente cooperó con un Gobierno extranjero para alterar las elecciones y si Rusia tiene material comprometedor para chantajearle. Esa posibilidad fue aireada por la fiscal general interina, Sally Yates, antes de que Trump la despidiera. Se refería concretamente a Flynn.

AFÁN DE OCULTACIÓN

Durante algún tiempo entró dentro de lo verosímil que todo el ruido no fuera más que una maniobra de los poderes fácticos para quitarse de encima a Trump, pero cada día cuesta más creerse esa teoría conspiratoria. Es evidente que hay un afán de ocultación. Flynn tuvo que dimitir por negarle a sus colegas de la Casa Blanca que hubiera discutido con el embajador ruso en Washington el levantamiento de las sanciones que Obama impuso por la injerencia electoral. Y el fiscal general Jeff Session se recusó de la investigación rusa al descubrirse que se reunió dos veces con el embajador Sergey Kislyak, en contra de lo que había dicho.

Y ahora llega el despido de Comey, el hombre que lideraba la investigación sobre "la cosa rusa", como la llamó Trump en una entrevista. La Casa Blanca ha cambiado varias veces su explicación de por qué fue cesado, como un mal mentiroso que no encuentra una excusa convincente. Y hasta en tres ocasiones el presidente le preguntó si estaba bajo investigación. “No”, le respondió supuestamente Comey. Pero sí lo está su entorno. El comité de inteligencia del Senado ha pedido una orden judicial para que Flynn les entregue documentos. También el Congreso está escrutando la trama.

En Washington se empieza a hablar de que el despido de Comey podría constituir un acto de obstrucción a la justicia, un delito capaz de provocar el ‘impeachment’ del presidente. Es pronto para eso. Hay quien piensa que si a estas alturas no ha salido nada punible es porque no lo hay. Podría ser, pero cada día aparece un capítulo de la "cosa rusa" y Trump está inquieto.