Que pueda recibir el calificativo de pacífica una campaña electoral en la que cerca de una decena de candidatos a ocupar un escaño provincial han sido asesinados suena a incongruencia. Pero si el país del que se está hablando es Irak, escenario hasta hace un año de un conflicto armado a múltiples bandas entre comunidades religiosas y étnicas, la aseveración recupera cierto sentido.

Alrededor de 15 millones de ciudadanos del país árabe, invadido en el 2003 por una coalición militar anglonorteamericana, están llamados hoy a las urnas por vez primera desde el 2005 para escoger a los miembros de 14 asambleas provinciales, es decir, todas las provincias iraquís, excepto las kurdas y la disputada Kirkuk. Unas elecciones en las que las coaliciones concurrentes intentan superar el trauma de la violencia interreligiosa presentando listas multiconfesionales y movilizando al electorado con mensajes seculares. Esta es la gran novedad de estas elecciones con respecto a las legislativas de diciembre del 2005, en las que los bloques electorales se configuraron según criterios étnicos o religiosos. "Las dos principales comunidades sunís y chiís se presentan divididas; entre los chiís hay cuatro bloques y entre los sunís, hay cinco o seis coaliciones. Todos ellos han buscado aliados en fuerzas locales, seculares o tribales", explica a este diario Faleh Jabar, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Irak.

BAÑO DE SANGRE Lo cierto es que el baño de sangre que se ha vivido en Irak desde febrero del 2006 --cuando un atentado destruyó la mezquita Al Askari de Samarra, uno de los santuarios más sagrados del chiísmo, y abrió la espita de la guerra sectaria-- ha contribuido a que las fuerzas políticas de carácter religioso sean hoy "muy impopulares", apunta Jabar. Los iraquís piensan que "los partidos religiosos son sectarios y les culpan de la violencia", sentencia.

De entre todas las coaliciones, es la lista favorita, apoyada por el primer ministro, Nuri al Maliki, y bajo el nombre de Coalición por el Estado de Derecho, la que intenta sacar el mayor partido de este estado de ánimo. En sus mítines, símbolos y eslóganes religiosos han sido vetados, y ni siquiera los retratos de la autoridad religiosa chií más venerada --el gran ayatolá Alí al Sistani-- están permitidos. "Nuestra coalición es una plataforma nacionalista que no emerge según líneas religiosas. Nuestro partido es ahora más maduro; debemos despertar el interés de toda la sociedad", dice Zuhair al Naher, portavoz del partido chií Dawa, principal fuerza política en la Coalición por el Estado de Derecho. Pero una cosa es tener voluntad de derribar los muros erigidos en dos años de conflicto sectario y otra, conseguirlo. El propio Naher admite que sus resultados electorales en el sur, donde los chiís son mayoría, serán muy superiores a los de las regiones del oeste del país.

DIFERENCIAS REGIONALES "Tendremos la mayoría en unas ocho provincias sureñas, pero en el oeste las cosas son difíciles; allí no habrá mayoría, pero sí candidatos elegidos", reconoce. A diferencia de las elecciones del 2005, boicoteadas por los sunís, se espera que esta comunidad no dé la espalda a las urnas ahora.

Toda esta renovación política es vista con grandes dosis de escepticismo por la opinión pública árabe --Vino viejo en botellas nuevas , titulaba el rotativo libanés Al Ajbar --, por no hablar de los disidentes iraquís en el extranjero. "Maliki intenta presentarse como un líder no religioso, pero no se puede confiar en él", replica desde París Abdulyabar al Kubaysi, presidente de la Alianza Patriótica Iraquí.