Todo el establishment oficial iraní se alzó ayer para clamar venganza por el atentado suicida del pasado domingo en el que murieron 42 personas, incluidos altos oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní --el cuerpo de élite de la Revolución Islámica-- en Pishin, en la provincia suroriental de Sistán-Baluchistán. Elevando el tono de las acusaciones de que Occidente apoya a los responsables de la explosión, el general Mohamed Pakpur, comandante de las fuerzas de tierra de los Guardias revolucionarios, acusó a EEUU y al Reino Unido de "entrenar" al grupo rebelde suní de Jundalá (soldados de Dios), dirigido por Abdolmalek Righi. El comandante en jefe del cuerpo, Mohamed Alí Jafari, prometió "venganza".

Se trata del incidente más grave en Irán desde la guerra con Irak, en los años 80. "La base de los rebeldes y los terroristas no se halla en Irán; están entrenados por América y el Reino Unido en algunos de los países vecinos", declaró Pakpur. El líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, fue más allá en sus amenazas y prometió que Irán castigará a los "terroristas" que se hallan detrás del ataque y avanzó que los detenidos "no podrían dañar la unidad" entre los iranís. Jafari declaró que las fuerzas de seguridad habían presentado documentos que indicaban "vínculos directos" de Jundalá con el espionaje de EEUU, Gran Bretaña y, "desafortunadamente", de Pakistán.

EL ESTADO JUDIO El diario progubernamental Kayhan apuntó hacia Israel, enemigo de Teherán, calificando el ataque de "nuevo crimen" del Mosad, el espionaje del Estado judío.

Entre las 42 víctimas no solo había guardas revolucionarios, también había civiles y líderes tribales. Precisamente, el encuentro que debía celebrarse el domingo en la ciudad de Sarbaz formaba parte del esfuerzo por impulsar la unidad entre chiís y sunís, con lo que puede considerarse que el atentado buscaba desencadenar un conflicto sectario en la región. La provincia de Sistan-Baluchistán es el escenario de frecuentes enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad, insurgentes sunís de Baluchistán y narcotraficantes. El grupo rebelde suní Jundalá lleva a cabo desde hace años una sangrienta rebelión contra Irán.

El atentado, además, elevó la tensión entre Irán y Pakistán, dos países que hasta ahora no mantienen contenciosos y que tienen un gran potencial desestabilizador ya que uno posee el arma atómica y otro realiza un programa de enriquecimiento de uranio que es objeto de una gran controversia internacional.

Los sectores más intransigentes del régimen, además, pueden aprovechar la ocasión para que se incremente la represión sobre la oposición al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuya reelección provocó una ola de protestas. Precisamente, la Guardia Revolucionaria, cuya influencia se ha incrementado con Ahmadineyad, jugó un papel vital en reprimir la protesta.