No hubo ceremonias oficiales, ni discursos de grandes líderes internacionales. Irlanda del Norte conmemoró ayer discretamente el décimo aniversario de la firma del acuerdo de paz de Viernes Santo. Todo se redujo a una conferencia encabezada por el líder del Sinn Féin, Gerry Adams, el primer ministro irlandés, Bertie Ahern, a punto de dejar el cargo, y John Hume, el exdirigente nacionalista moderado, premio Nobel de la Paz, ya retirado de la política. El Partido Democrático Unionista (DUP), que no firmó el documento, boicoteó los actos. Su líder, Ian Paisley, solo da por válido el acuerdo de St. Andrews, que él rubricó en el 2006. El expresidente estadounidense Bill Clinton, que debía haber sido la estrella de la jornada, canceló la cita en Belfast para ayudar a su esposa Hillary, volcada en la campaña presidencial. Tampoco acudió Tony Blair, que cenará mañana en Dublín con Ahern.

El bajo perfil de los actos contrasta con el cambio sísmico que ha vivido Irlanda del Norte en esta década. "Este es un lugar vibrante, moderno y pacífico, que mira al futuro con confianza", dijo ayer Ahern, que reconoció que "queda mucho por hacer". El Acuerdo de Viernes Santo, del que salió el primer Gobierno compartido entre el Partido Unionista del Ulster, que lideraba David Trimble, y el Sinn Féin, desterró la violencia, que causó en 30 años unos 3.500 muertos.

El pacto sentó las bases de una colaboración entre enemigos irreconciliables. La estabilidad política se ha traducido en prosperidad económica. A pesar de persistir serios problemas estructurales, Irlanda del Norte ha vivido una década de prosperidad, con la creación de 120.000 empleos, un aumento de las exportaciones del 70% y un paro que del 7,7%, ha pasado a ser del 4,2%. En la calle, sin embargo, las heridas cicatrizan muy lentamente. Católicos y protestantes siguen viviendo por separado, pero ahora son los delitos comunes, y no la violencia sectaria, lo que más inquieta a todos.