Hafez Maruán lleva 10 días durmiendo en una tienda de campaña de la plaza Tahrir de El Cairo junto a su mujer y uno de sus hijos adolescentes. No le importa hacer cola para usar unos retretes desbordados, esperar el turno de la manguera para asearse, pasar las noches vigilando la plaza o comer rancho. Después de 14 años de militancia en la islamista e ilegalizada Hermandad Musulmana, este profesor de Empresariales siente que la libertad está cada vez más cerca. "Esta revolución es de todos los egipcios y nosotros no vamos a traicionarla. Todos queremos democracia y justicia social", exclama Maruán.

Los precursores del islamismo político son el movimiento más organizado y numeroso de la fragmentada oposición egipcia. Su liderazgo se sumó tarde a la revuelta, consciente de que el régimen de Hosni Mubarak los utilizaría para intentar desacreditar las protestas, explotando el miedo patológico que despierta en las cancillerías occidentales la posibilidad de que se hagan eventualmente con el poder. "No hay ningún motivo para tenernos miedo", asegura su portavoz, Issam Elerian. "Egipto no es Irán ni Arabia Saudí, es un país moderado, al igual que la Hermandad Musulmana", dice.

Sus demandas en el contexto actual son las mismas que las del grueso de la oposición. Lo primero, que dimita Mubarak, y después que se levante el estado de excepción, se disuelva el Parlamento surgido del bochornoso fraude de noviembre y se reforme la Constitución para que pueda haber elecciones libres. Sabedores de cómo las gasta Occidente cuando la democracia no sirve a sus intereses, han dicho que no presentarán ningún candidato a las presidenciales.

DESCARGAS ELECTRICAS "No queremos el poder porque no sería bueno para el país, es mejor que El Baradei sea el primer presidente de la democracia", asegura Mohamed Osmán, uno de sus líderes en el sindicato farmacéutico. Este treintañero ha pasado tres veces por la cárcel, aunque siempre brevemente, la última unos días antes de las presidenciales. "Me sacaron de mi casa por mi afiliación y durante una semana me torturaron con descargas eléctricas", cuenta frente a la tienda donde acampa en Tahrir.

En la Hermandad están representados todos los estratos de la sociedad egipcia. Desde los más pobres, atraídos por la obra social que realizan en sus barrios, a las clases medias, a las que se acercan en la universidad, o los sindicatos hasta gente adinerada. Aunque algunos les acusan de ambigüedad, sus posiciones se han ido adaptando a los tiempos, tanto que generaciones de yihadistas egipcios rompieron con la Hermandad por su excesiva moderación. Ya no defienden un Estado regido por la ley islámica, al menos públicamente, sino una democracia civil con identidad islámica.

Si triunfa la revolución, no hay duda de que les espera un papel importantísimo, algo que ha tenido que reconocer el régimen permitiéndoles participar en las negociaciones en curso. Hasta ahora, el Estado había jugado con ellos al gato y al ratón. "A veces nos dejan hacer y, a veces, nos arrestan. No acaban con nosotros, pero tampoco nos legalizan. Vivimos en una zona gris que le ha permitido a Mubarak explotarnos a su antojo para frenar las reformas", explica el profesor Hafez Marwan.

En la plaza, un mensaje se repite en muchas de las pancartas. "EEUU y Europa: Dejad que los egipcios elijan su futuro".