Tras vetar la entrada a la prensa extranjera en la franja de Gaza con el fin de silenciar en el exterior los excesos cometidos por sus militares, Israel dio ayer un paso decisivo para acallar también la disensión interna. En una decisión insólita, el comité central electoral prohibió a los partidos árabes que se presenten a las elecciones generales del 10 de febrero. La propuesta partió de las bancadas ultranacionalistas, pero fue refrendada por los principales partidos sionistas tras un acalorado debate, salpicado de insultos, en el que los diputados árabes acusaron a sus colegas judíos de ser unos "racistas" que han ido a la guerra solo a por réditos electorales.

La decisión del comité electoral dejó en segundo plano la decimoséptima jornada de los bombardeos israelís sobre Gaza, que ya han causado más de 900 muertos y 3.400 heridos. Sus tropas seguían ayer combatiendo en los barrios limítrofes de la capital, a expensas de una orden política que autorice su incursión en el centro de las ciudades. Para tomarla, dijo ayer el ministro de Defensa, Ehud Barak, Israel debería aplazar las elecciones. De momento, solo se amaga con la ampliación de la ofensiva. El domingo por la noche entraron en la franja las primeras unidades formadas por reservistas.

HASTA LA COCINA Tanto el primer ministro, Ehud Olmert, como el jefe militar de la ofensiva, el general Yoav Galant, desean entrar hasta la cocina para tratar de barrer a Hamás. En palabras de Galant, Israel tiene una oportunidad "histórica" que solo se presenta "una vez cada generación". No solo está en juego acabar con el incordio letal de los cohetes palestinos, sino también la posibilidad --harto improbable-- de quitarse de enmedio a la única facción palestina de peso que sigue oponiéndose frontalmente a los dictados israelís. Una facción además que, tras ser condenada al aislamiento internacional, está cada día más cerca de Irán, el gran enemigo inmediato del Estado judío.

Las condiciones para seguir adelante son además propicias. El Parlamento, los medios y la calle israelí apoyan abrumadoramente la ofensiva. Las voces críticas existen, pero se enfrentan a la intimidación de la policía y los servicios secretos. En las manifestaciones contra la guerra, cerca de 600 manifestantes árabes y judíos han sido arrestados, el 90% de ellos bajo el cargo de "asamblea ilícita", según la oenegé israelí Adalah. Algunas de estas protestas, especialmente las de Galilea, habían sido organizadas por las dos coaliciones árabes apartadas de las elecciones: Balad y la Lista Arabe Unida.

Entre ambas controlan siete de los 120 escaños de la Kneset y aglutinan el voto más radical del millón y medio de ciudadanos árabes de Israel (20% de la población). Sus encontronazos con la mayoría sionista son habituales por sus llamadas al fin de la ocupación, su oposición a un Estado sustentado en criterios étnicos y su lucha por la igualdad de derechos de los árabes.

Esas malas relaciones se cortaron ayer de cuajo. Con 26 votos a favor y tres en contra, el comité electoral decidió apartarlos de las elecciones tras acusarles de "promover y apoyar el terrorismo" y negarse a reconocer a Israel como la patria del pueblo judío. Durante el debate previo, los diputados árabes habían atacado la ofensiva en Gaza acusando a Israel de "matar niños".

"Ha sido un juicio político liderado por unos fascistas que quieren tener un Parlamento y un país sin árabes", dijo Ahmed Tibi en alusión a los promotores de la moción. Tanto el Hogar Judío como Israel Nuestro Hogar, de Avigdor Lieberman, apoyan la transferencia de los árabes-israelís a los territorios palestinos. No solo ellos. Hace unos días, Tzipi Livni dijo que el futuro de los árabes-israelís está en el eventual Estado palestino.