El rey jordano, el primer ministro israelí, el canciller egipcio y, este jueves, el presidente palestino. En las últimas cinco semanas han desfilado por la Casa Blanca los grandes actores del conflicto árabe-israelí.

El presidente Barack Obama quiere resucitar el proceso de paz, pero sus ambiciones chocan con el inmovilismo del Gobierno israelí y la división interna palestina. Lucha también contra el tiempo. En ambos bandos se reaviva el debate para romper las reglas del juego y buscar alternativas a la fórmula de los dos estados negociada sin éxito en los últimos años. En Israel se plantean por puro interés.

El Gobierno no quiere saber nada del Estado palestino o de congelar los asentamientos, como Obama le exige. Desde sus filas se intenta desacreditar la formula biestatal y reinventar la rueda. "El enfoque occidental en esta región", dijo el martes el ministro Moshe Yalon, "ha demostrado ser irrelevante y peligroso". La propuesta más conocida es la "paz económica" del primer ministro, Binyamin Netanyahu, un subterfugio para potenciar la economía palestina sin abordar sus aspiraciones soberanistas. Su partido, el ultranacionalista Likud, organizó el martes una conferencia en el Parlamento titulada Alternativas al enfoque de los dos estados. Asistieron diputados e ideólogos de la derecha. Y hubo desde sugerencias para anexionar Cisjordania a propuestas para dejarla bajo control jordano.

Esta última idea la abanderaron en su día el partido Laborista y el difunto rey Husein, pero hoy es tabú para la dinastía hachemí. Su Gobierno convocó el martes al embajador israelí en Amán para expresarle su "categórico rechazo", después de que días antes la Knesset diera su visto bueno para estudiar la propuesta. Menos se habla de la fantasía del ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, para resolver el conflicto sobre las bases del modelo chipriota.

Dos estados puramente étnicos: uno árabe y otro judío, fórmula que implicaría un canje de territorios con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Del bando palestino, las condiciones tampoco son idóneas para relanzar la negociación debido a la fractura entre Hamás y Al Fatá y la incomunicación entre Gaza y Cisjordania. La ANP se aferra a la solución de dos estados pero crecen las voces que, frustradas por el statu quo, apuestan por otras reglas del juego.

DISOLUCION DE LA ANP Una de las ideas barajadas desde hace años es la disolución de la ANP. "Si no puede cumplir con el objetivo para el que se creó (gestionar un Estado)", advirtió un asesor del presidente Mahmud Abbás, "debe cambiar de dirección". Muchos piensan que ya no tiene sentido. Según este argumento, la ANP solo sirve para ahorrar a Israel el coste de la ocupación y perpetuar en el poder a los jerarcas de siempre.

El tiempo también corre en contra de la moderación adoptada por el liderazgo palestino desde la llegada al poder de Abbás. En el seno de Al Fatá, sectores de peso abogan por combinar la lucha armada con la vía política. Lo que casi ningún palestino o israelí quiere es el Estado binacional, la gran pesadilla del sionismo, un Israel sin una clara mayoría judía.