Por primera vez en sus 71 años, el Estado de Israel repite unas elecciones generales. Cinco meses después de los comicios del 9 de abril, los israelís vuelven hoy a las urnas en unos comicios clave para la continuidad del primer ministro en funciones, Binyamin Netanyahu, que la vez anterior no logró formar gobierno.

La última jugada de Bibi, diminutivo de Binyamin, para arrancar unos votos más al sector de ultraderecha, concretamente a los que son colonos por ferviente convicción, ha sido aprobar la legalización de una colonia judía construida sin permiso del Gobierno en el Valle del Jordán, en el territorio palestino ocupado de Cisjordania. Según la ley internacional, todas las colonias son ilegales.

Netanyahu ha asegurado que si revalida su cargo, anexionará a Israel el Valle del Jordán y el norte del mar Muerto, y es el primer mandatario que ha pronunciado un discurso en el corazón de Hebrón, una de las ciudades palestinas donde la ocupación israelí es más agresiva. También ha vuelto a acusar a Irán de mentir al mundo sobre su programa nuclear.

Otra vez ha echado mano de la carta de la seguridad y ha intentado contentar a las fuerzas de extrema derecha con las que intentará pactar un gobierno de coalición si vence su partido, el Likud, o si empata en número de escaños con su rival inmediato, la coalición centrista Azul y Blanco.

Netanyahu intentará blindarse con el apoyo de otros partidos a los que hará importantes concesiones para eludir a la justicia, que podría acabar acusándolo formalmente por su presunta implicación en tres casos de corrupción.

La mayoría de las encuestas pronostican un empate entre el Likud y Azul y Blanco a 30 o 31 escaños o una victoria muy estrecha de uno de los dos. Pero ni el bloque del Likud con la ultraderecha y los partidos religiosos, ni el de Azul y Blanco con los centristas y la izquierda lograrían sumar la mayoría de 61 escaños necesaria en la Kneset (Parlamento), de 120 diputados.