Las encuestas se equivocaron. Un escenario inimaginable ha surgido de la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el domingo en Chile. El 36,6% de los votos obtenido por el magnate Sebastián Piñera, muy por debajo de lo que auguraban los sondeos, no le garantiza la victoria el 17 de diciembre, fecha de la segunda vuelta, ante Alejandro Guillier (Fuerza de Mayoría), el heredero de Michelle Bachelet, que se quedó con el 22,7% de las adhesiones. La derecha ha entrado en estado de pánico. Auguraba una victoria cómoda y el inicio de una hegemonía de décadas. Las urnas han revelado otra cosa. «El país ha girado hacia la izquierda», escribió el portal político El Mostrador. Este razonamiento tiene que ver especialmente con la gran sorpresa de la contienda, la periodista Beatriz Sánchez que, en nombre del Frente Amplio, ha cosechado el 20,3% de los sufragios.

Si la segunda vuelta fuera un simple juego de sumas, y a los números de Fuerza de Mayoría y Frente Amplio se añadieran los casi seis puntos de la Democracia Cristiana, miembro de la coalición actual de gobierno, y la cifra obtenida por Marco Enríquez Ominami, otro abanderado solitario del progresismo, Guillier tendría todas las de ganar en un mes. El Frente Amplio de Sánchez se convierte en un imprevisto árbitro de la contienda electoral. Guillier no ha esperado en pedir su respaldo a Sánchez: «Necesitamos ir a la segunda vuelta con propuestas claras que nos agrupen a todos». Uno de los integrantes del FA, el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, ha insinuado cuál puede ser la respuesta del partido bisagra: «el adversario es la derecha» que «supone una larga noche neoliberal» para el país. La izquierda pura y dura le exigirá a Guillier «definiciones en los temas sensibles» para volcarse a su favor.