El mundo conoció a Abu Bakr Al Bagdadi en julio del 2014, cuando se autoproclamó califa de todos los musulmanes en un sermón de 21 minutos desde la mezquita de Al Nuri en Mosul, la segunda ciudad de Irak, conquistada días antes por sus milicias. Aquel fue el primer y último discurso público del escurridizo cabecilla del Estado Islámico, una organización que llegaría a controlar un territorio equivalente al Reino Unido en Irak y Siria, un hito con el que solo soñaron Bin Laden y Al Zarkawi, sus predecesores al frente del movimiento yihadista.

A diferencia de ellos, Al Bagdadi hizo de la discreción una de sus máximas para sobrevivir en la clandestinidad a los embates de la coalición liderada por Estados Unidos. Solo volvió a reaparecer en algunos mensajes de audio, el último hace un mes. La salvaje brutalidad de sus cuadros, debidamente aireada en internet, fue su mejor forma de propaganda.

Apodado con el tiempo como el jeque invisible, Ibrahim Awwad Al Badri había nacido en 1971 en el seno de una familia humilde de Samarra, en pleno triángulo suní de Irak. Su padre enseñaba recitación coránica en una mezquita local y el joven Al Bagdadi -el nombre de guerra que acabaría adoptando- se pasó la juventud estudiando el Corán. Introvertido, callado y ultraconservador, estudió teología islámica en la Universidad de Bagdad.

Con la invasión estadounidense del 2003, Al Bagdadi se unió a la lucha armada ayudando a crear uno de los muchos grupos insurgentes que aparecieron aquellos años. Pocos meses después fue arrestado por las tropas estadounidenses cuando visitaba a un amigo buscado. Para el Pentágono era entonces un total desconocido.

Diez meses después de ser detenido, Al Bagdadi volvió a la calle y no tardó en integrarse en el organigrama de Al Qaeda y su filial iraquí, rebautizada como el Estado Islámico de Irak en el 2006. Cuatro años después tomó el mando de la organización, que vio en el caos sirio del 2011 la oportunidad perfecta para llevar a cabo sus ambiciones. La expansión territorial del EI, que llegó a reclutar a decenas de miles de combatientes extranjeros, es conocida. A ambos lados del Éufrates impuso un reinado de terror a base de decapitaciones, crucifixiones y actos de indecible brutalidad para la galería.