En sus propias palabras: "El senador McCain es optimista de que se ha hecho un progreso significativo hacia un acuerdo bipartidista" en la negociación del plan de rescate bancario. Por tanto, John McCain --que suspendió su campaña para dedicarse a negociar el plan para rescatar a Wall Street y que amenazó con no acudir al debate de anoche con Barack Obama porque el interés del país era lo prioritario-- acabó presentándose en el encuentro en la Universidad de Misisipí, que al cierre de esta edición aún no había empezado. Y eso a pesar de que, cuando anunció su cambio de idea y su viaje a Misisipí, la negociación en el Capitolio estaba tan atascada como estaba el jueves por la noche tras un día de oportunismo político en Washington.

Si en Washington hay una pregunta de 700.000 millones de dólares (qué ocurrirá, cuándo se aprobará y cómo será el plan bancario), hay otro interrogante que puede tener como precio la Casa Blanca: ¿A qué ha estado jugando McCain? Su presencia, y la de Obama, el jueves en el Capitolio tan solo sirvió para que ambos partidos por igual dieran un triste espectáculo de cómo el electoralismo bloquea las decisiones políticas incluso en una crisis tan grave como esta. Los demócratas tienen su parte de culpa, pero el que mezcló las elecciones y negociaciones en curso en Washington fue McCain al suspender su campaña y amenazar con no ir al debate.

Las críticas generalizadas (excepto entre sus acólitos) que recibió el republicano por su desprecio a algo tan importante en la cultura política estadounidense como son los debates son parte de la explicación de por qué McCain cambió de idea y acudió al encuentro. Otra parte es que los demócratas construyeron el jueves y ayer muy bien el caso ante la opinión pública de que la actitud del republicano --que apenas habló y no aportó nada en la reunión del jueves en la Casa Blanca que había sido idea suya-- era más un estorbo que una ventaja para poner de acuerdo a los dos partidos en el plan bancario. Antes de que McCain llegara a Washington, había un principio de acuerdo (si bien casi no incluía a los republicanos de la Cámara de Representantes). Tras su llegada, todo saltó.

Así, McCain llegaba al debate en una situación precaria por más que durante el día su campaña se esforzara en destacar su trabajo en el Capitolio. La economía no es su fuerte; su estrategia de presentarse como el hombre clave del acuerdo sobre el plan bancario no había, por el momento, fructificado, y las encuestas hablan de una importante erosión por la crisis. Si los debates ya son importantes, el de anoche tenía mucho morbo.

EL FONDO Y LA FORMA Obama, por su parte, confiaba en darle la puntilla a McCain en un cara a cara que, históricamente, depende tanto de lo que se diga como de la forma en que se diga e incluso del lenguaje corporal, la vestimenta y hasta la tendencia a transpirar de los candidatos bajo los focos. En principio, el tema del debate de 90 minutos era la política exterior, pero es evidente que no hablar de economía sería un desastre para ambos políticos ante una opinión pública que sigue entre indignada y atónita el espectáculo partidista y electoral desatado en Washington. No solo se enfrentaron dos hombres, sino dos formas de ver EEUU.