El enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, se reunió ayer en Rangún con la líder de la oposición democrática y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. Nada trascendió del contenido de la reunión, ni es seguro que fuera fructífera, pero el permiso finalmente otorgado por la Junta militar es el primer indicio ligeramente esperanzador desde que la revolución azafrán empezó, hace ya 2 semanas.

La Junta militar le había negado este permiso el sábado y las protestas de la ONU lograron al fin influir en un Gobierno hasta ahora autista al coro internacional. Los militares sienten un odio visceral hacia Suu Kyi, a la que acusan de servir a potencias enemigas, y cuya presencia es una amenaza constante al régimen por el respeto que le profesa el pueblo. El Gobierno dio su brazo diplomático a torcer cuando el militar ya ha devuelto el orden a las calles.

La reunión duró una hora y tuvo lugar en la casa de invitados del Gobierno de la antigua capital, muy cerca de la casa de Suu Kyi en la avenida Universitaria, donde está sometida a su cuarto año consecutivo de arresto domiciliario, sin teléfono ni visitas. Esta es la primera reunión en un año entre Suu Kyi y Gambari, al que se le habían denegado los últimos visados.

REUNION CON EL LIDER El enviado especial se había visto el sábado con miembros de la Junta: el primer ministro interino, Thein Sein, y con los titulares de Cultura e Información, ambos con rango de general. En la lista falta el general Than Shwe, el líder del Gobierno, y a tal efecto regresó Gambari ayer a Naypyidaw, la ciudad búnker en medio de la jungla a donde los militares llevaron la capital. "Espera reunirse con él", se limitó a señalar un comunicado de la ONU. En ese encuentro hay puestas esperanzas de desatascar el conflicto. Las dos visitas de Gambari en el 2006 fueron fracasos absolutos, y tampoco los siete enviados especiales en 20 años han arrancado ninguna mejora democrática ni la excarcelación de Suu Kyi o la del millar de presos políticos. El contenido de las reuniones se conocerá cuando Gambari abandone el país.

Mientras, la Junta continúa descabezando la Liga Nacional para la Democracia, que lidera Suu Kyi. Dos de sus principales aliados fueron detenidos la semana pasada, y ayer los militares fueron a buscar a la responsable del partido en la ciudad de Mandalay, Win Mya Mya, a la que encontraron con el petate preparado. "Sabía que iban a detenerla y lo tenía listo para cuando llamaran a la puerta", explicó su hermana a una radio.

La paz era ayer absoluta en Rangún, donde hace unos días se juntaban más de 100.000 manifestantes. Los monasterios están cercados, alambre de espino corta las principales calles y 20.000 soldados recién llegados se encargan de mantener el orden. Incluso guardaban silencio ayer las publicaciones de disidentes que en días anteriores elevaban escaramuzas a revueltas y aumentaban con entusiasmo las cifras de manifestantes.

El final de la violencia trae varias preocupaciones. Se sospecha que los muertos son muchos más que los 16 admitidos oficialmente, y se teme también por el destino de los miles de detenidos en un país de torturas generalizadas. "Hemos visto a los soldados pegar a gente, meterla en camiones y llevársela. Nadie sabe dónde están", cuenta una alta fuente diplomática en Bangkok.

A la disidencia le preocupa seriamente el olvido informativo, y más con la cumbre coreana en vísperas. El éxito de la revuelta es imposible sin el respaldo de la prensa, repiten. "Hay que mantener el foco, hacer algo, aunque nos maten", cuenta un disidente en Bangkok. La fuente diplomática antes citada revela que los monjes están estudiando volver a las calles el martes, aun dando por segura la represión violenta militar.

Unas 3.000 personas se manifestaron ayer en Londres por el pueblo birmano. También en París y Berlín.