El Departamento de Justicia de Estados Unidos ha retirado los cargos contra el general Michael Flynn, quien fuera el primer asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump. Flynn había sido acusado de mentir a los interrogadores del FBI sobre sus conversaciones en diciembre del 2016 con el embajador ruso en Washington, una acusación que el mismo reconoció en dos ocasiones antes de desdecirse tiempo después y pedir que se retirara su declaración. La sorprendente decisión del ministerio que dirige el fiscal general William Barr ha sido celebrada como una victoria mayúscula por el presidente y sus aliados, que siguen empecinados en relitigar la famosa trama rusa que consumió los tres primeros años de la presidencia del republicano.

Flynn nunca llegó a pisar la cárcel ni a ser condenado. Su caso acabó eternizándose para convertirse en uno de los emblemas de la feroz batalla política que desató la investigación de Robert Mueller sobre la interferencia rusa en las elecciones del 2016. Su paso por la Casa Blanca había sido fugaz. No duró ni un mes en el cargo, después de que saliera a la luz que había mentido al FBI sobre sus conversaciones con el embajador Sergei Kyslyak cuando era todavía miembro del equipo de transición de Trump. En aquellas conversaciones pidió a Moscú que no respondiera a las últimas sanciones de Barack Obama, sugiriendo que con Trump la relación mejoraría sensiblemente, como así fue.

Se inculpó

En diciembre de 2017 Flynn se inculpó. Reconoció haber mentido durante los interrogatorios tras llegar a un acuerdo con Justicia para cooperar con la investigación de Mueller, presumiblemente para obtener a cambio una sentencia más benigna. Y eso mismo afirmó Trump poco después en un tuit, en el que le acusó de mentir tanto al FBI como a su vicepresidente, Mike Pence. Pero la postura del presidente no duró mucho. En su incansable cruzada para presentar el Rusiagate como una “farsa” y negar que su entorno hubiera cooperado con el Kremlin, convirtió a Flynn en un mártir. Insistió en que su procesamiento era únicamente producto del juego sucio del FBI para hundirle, una opinión que en gran medida comparte Barr, a quien los demócratas acusan de haber politizado la Justicia para convertirse en el más leal de los perros falderos del presidente.

Lo interesante de la decisión del jueves es que Justicia no niega que mintiera. Más bien cuestiona el procedimiento, al afirmar que el FBI nunca debería haber interrogado a Flynn porque sus contactos con el embajador fueron “completamente apropiados”. Toda una reivindicación para Trump, que reaccionó defendiendo la inocencia de su antiguo lugarteniente y afirmando que la investigación fue un acto de “traición”.

Muchos juristas, sin embargo, no daban crédito a la que es una decisión sin apenas precedentes, la retirada de los cargos contra una persona que hasta en dos ocasiones se declaró culpable de los delitos que se le imputaban. “Llevo toda la vida en la práctica del Derecho y nunca he visto algo semejante”, dijo la antigua fiscal federal y hoy profesora de Derecho, Julie O’Sullivan.

Los demócratas protestaron de forma airada, por más que no les vaya a servir de mucho. “La politización de la Justicia que está llevando a cabo el fiscal general Barr no tiene límites”, dijo Nancy Pelosi, la líder del partido en la Cámara de Representantes. “Cerrar el caso equivale a continuar con la operación de encubrimiento del presidente”.