La humillante derrota en la elección parcial del jueves en un viejo feudo laborista, unida al anterior desastre en las municipales de Inglaterra y Gales, han convencido a muchos diputados de ese partido de que con el primer ministro, Gordon Brown, no ganarán las próximas legislativas.

Brown se encuentra cada vez más aislado, incluso entre los miembros de su gabinete, según coinciden hoy todos los medios británicos, y algunos diputados dicen ya en voz alta y otros en plan privado que la única solución es buscar un nuevo líder. Según esos medios, algunos miembros del Gobierno han llegado a sugerir la posibilidad de decirle a Brown que haría un gran favor a su partido si se quitase voluntariamente de en medio.

El problema es quién le pone el cascabel al gato escocés. Hay quienes opinan que sólo un veterano como el ex ministro de Exteriores y hoy titular de Justicia Jack Straw tiene autoridad suficiente para ello. Sin embargo, fuentes próximas a Straw citadas por el Financial Times niegan que éste vaya a ser el Bruto que dé la puñalada a César.

El problema no es la economía

Brown no deja mientras tanto de repetir la cantilena de que escuchará a los votantes y que, igual que como ministro de Economía bajo Tony Blair fue capaz de llevar al Reino Unido al mayor período de prosperidad que ha conocido este país, podrá ahora gobernar el timón en estos tiempos procelosos. "Es la economía, estúpido", argumenta, como en su día Bill Clinton, el Primer Ministro, a los que otros responden que el problema no es la economía sino el propio Brown.

Desde que heredó el cargo a finales de junio pasado de Tony Blair, sin mediar elección alguna, Gordon Brown parece ir en efecto de desastre en desastre. Sus dificultades se ven agravadas además por el hecho de no tener las dotes de encantador de serpientes que tenía indudable su predecesor y que le ayudaron a ganar su tercer mandato incluso cuando el descontento con los laboristas por la guerra de Irak había alcanzado cotas máximas.

En las recientes municipales, los laboristas no sólo perdieron Londres, sino que quedaron relegados a tercera posición, detrás incluso de los liberales demócratas, y en la elección del jueves en Crewe para elegir a un miembro de los Comunes por fallecimiento de una diputada laborista, los tories se impusieron claramente en lo que había sido siempre terreno abonado para el laborismo.

Tras esa resonante derrota, el dirigente de la oposición conservadora, David Cameron, afirmó que Brown había demostrado una vez más no ser un líder sino "un perdedor", y el problema para los laboristas es que así parece verle ahora una mayoría del país.

Lejos del pueblo

Algunos se preguntan todavía cómo es posible que el partido que representa supuestamente a la clase trabajadora no se diera cuenta de las repercusiones que tendría su decisión de abolir en su último plan fiscal el tipo de imposición más bajo, que beneficiaba precisamente a los más desfavorecidos.

En vano intenta el partido de Gordon Brown de convencer al electorado de que bajo el Nuevo Laborismo han mejorado los servicios públicos como la enseñanza o la sanidad que habían sido maltratados por los anteriores gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major.

La percepción cada vez más extendida entre la población británica es que sus once años de permanencia en el poder han vuelto a los laboristas insensibles a las dificultades cotidianas de los británicos mientras se han dedicado a cortejar a los poderosos y han crecido las diferencias entre los segmentos más ricos y pobres de la población.