En las elecciones del domingo en Alemania puede pasar de todo y, aunque cualquier partido podría dar la sorpresa, si hay uno que ha mostrado últimamente su capacidad de superar hasta los pronósticos más optimistas es La Izquierda, liderado por Oskar Lafontaine. La fusión de una escisión izquierdista del Partido Socialdemócrata (SPD) y los poscomunistas del PDS ha conseguido mantener y aumentar levemente la influencia que habían tenido estos últimos en lo que fue la Alemania del Este y se ha ido estableciendo también en algunos estados de la zona occidental, donde el PDS en solitario nunca lograba más del 5%.

Es aquí, en el oeste del país, donde La Izquierda puede arañar más votos de socialdemócratas desencantados y votantes de una izquierda más radical que hasta ahora no se habían sentido representados.

Ese es el perfil que podía verse el pasado sábado entre los asistentes al acto del partido en Essen, ciudad de la cuenca del Ruhr, en el estado de Renania del Norte-Westfalia. Esta tierra de trabajadores, que simboliza el despertar de la Alemania industrial, fue durante décadas un feudo socialdemócrata. Pero en el 2005 dio la espalda al SPD de las reformas "antisociales" y se inclinó por la CDU.

Lafontaine y los suyos saben que donde ganaron las ideas de la socialdemocracia de los 90 pueden ganar las suyas, porque son prácticamente las mismas. Además, La Izquierda juega con la ventaja de no haber defraudado aún a nadie porque nunca ha gobernado. "Somos el único partido que ha estado siempre en contra de las reformas de la Agenda 2010, de la misión en Afganistán... por eso nos atacan todos", afirmó Lafontaine.

Según las encuestas, la Izquierda doblará sus resultados del 2005 en Renania del Norte- Westfalia (del 5% se espera que pase a entre el 10% y el 13%). La Izquierda estaría dispuesta a formar parte de un Gobierno con socialdemócratas y verdes.