Llegó a Afganistán en el 2001, como enviada del News of the World. El atentado contra las Torres Gemelas acababa de conmocionar al mundo, y el país asiático centraba todas las miradas. Andrea Busfield aterrizó en Afganistán sin saber muy bien qué esperar y, más allá de los combates y la destrucción, descubrió un lugar mágico en el que tuvo muy claro que algún día le gustaría vivir.

--¿Cómo pasó de la comodidad de Londres a vivir en Kabul?

--Había estado tres meses en Afganistán como corresponsal en octubre del 2001, y volví un año más tarde. Me fascinó el país y, aunque el diario perdió el interés en él porque la situación era tranquila y no daba titulares, yo seguí yendo un par de veces al año, a visitar a los amigos que había hecho. En el 2005 supe que el periódico Sada-e Azadi, que se edita en pastún, en dari y en inglés, buscaba un periodista. Solicité el puesto y me lo dieron. Me instalé en octubre del 2005 y me quedé hasta febrero del 2008.

--Sada-e Azadi era el periódico de la Isaf, la misión de la OTAN en Afganistán. ¿Cómo fue trabajar en él?

--Las restricciones eran increíbles. La misión del periódico era aumentar la confianza de la población en las tropas extranjeras y en el Gobierno elegido, así que hacíamos una especie de periodismo blanco: no contábamos mentiras, pero solo nos centrábamos en lo bueno. Era muy aburrido y sabía que no me iba a dar reconocimientos en la profesión, pero yo deseaba vivir en Afganistán y ese trabajo me daba la oportunidad de hacerlo.

--Mujer, extranjera y periodista. ¿Cómo la recibieron?

--Muy bien. En ningún momento tuve miedo, ni me sentí intimidada. Por ser mujer y occidental se me abrieron todas las puertas. Como occidental, podía hablar con los hombres con libertad, y el hecho de ser mujer me permitía acceder a sus mujeres, hijas, hermanas, algo vetado a un hombre.

--¿En algún momento temió por su seguridad?

--No. De hecho, la Isaf me ofrecía alojamiento, pero yo preferí llamar a mis amigos afganos y buscar mi propia casa, junto a un restaurante thai y un burdel, para vivir como una afgana más, lo que yo quería.

--¿Y cómo vive una afgana corriente? ¿Hay una realidad que va más allá del burka?

--En las ciudades más grandes, de mayoría pastún, los progresos para la mujer son evidentes. El 40% de ellas va sin burka y ya tiene trabajo. Hay mujeres parlamentarias, incluso hay una mujer que ocupa un cargo importante en el Ejército. En las áreas rurales, sin embargo, se ve más atraso, y la violencia doméstica es habitual. Solo se logrará un verdadero cambio mediante la educación. La Constitución está ahí y otorga igualdad de derechos a las mujeres, pero esa igualdad tiene que calar en la población. Es un trabajo lento, pero va por el buen camino.

--¿El país está peor ahora que en 2005, cuando se instaló allí?

--Sí. Los talibanes están recuperando posiciones, y se están intensificando los combates, los atentados y las muertes. Pero yo confío en que las cosas van a cambiar. La crueldad de los talibanes les está haciendo perder el apoyo que tenían, incluso en Pakistán, el país donde nacieron y en el que se refugiaron cuando fueron expulsados por las tropas de la coalición occidental.

--¿Qué debería hacer Occidente para ayudar a los afganos?

--En primer lugar, adoptar una posición común y unitaria sobre qué política va a usar con Afganistán. El cambio que ha habido en la táctica militar me parece positivo, porque se trata de echar a los talibanes de las zonas en las que están dominando, pero también de mantener la presencia de las tropas allí para que el país pueda recuperar la normalidad. Si las tropas se marchan, será un desastre. Finalmente, se debe respetar al Gobierno que elija el pueblo. Ha habido mucha corrupción, pero Occidente trata a los políticos y al Gobierno afgano como si fueran niños, y lo que tiene que hacer es dejar que ellos administren su propio país.

--¿Cuánto tiempo cree que las tropas extranjeras deben permanecer en Afganistán?

--Todo el que sea necesario. La comunidad internacional se comprometió con Afganistán en el 2001. Es justo decir que pocos esperaban que este compromiso militar durara tanto, pero ahora no podemos retirarlo porque las cosas se hayan puesto tan difíciles. Justo ahora, tal vez más que nunca, ese país y su gente necesita nuestro apoyo, y, por desgracia, eso implica presencia militar allí.

--¿Qué opina de Karzai?

--No llegué a conocerle personalmente. Creo que se encuentra en una posición muy difícil, porque tiene que intentar contentar a grupos muy distintos con intereses contrapuestos. Realmente tiene interés en que su país mejore, pero los obstáculos a los que se enfrenta son enormes. Es un hombre que hace lo que puede.