Las medidas de seguridad en torno a Auschwitz eran ayer extremas con motivo de los actos de conmemoración del 60º aniversario de la liberación del campo de concentración de Oswiecim. Este es el nombre en polaco de la hoy tristemente famosa localidad del sur de Polonia, a 60 kilómetros de Cracovia, donde nació el Papa.

Pero los lugareños no se alegran de las visitas. Estas nunca se quedan en Auschwitz ya que van a las instalaciones de lo que fueron los campos de concentración nazis junto al pueblo. Las 43.000 personas que viven aquí tienen poco contacto con el medio millón de visitantes que cada año se desplazan hasta el campo y que, además, se establecen en hoteles de Cracovia, que se aprovecha de la mala fama de Oswiecim.

"La historia de la ciudad es un increíble peso con el que tenemos que vivir", afirma Tomasz Kuncewicz, director del Centro de Estudios Judíos de Oswiecim. Y afirma que el pueblo está condenado a ser triste.

"Para que no se repita"

Como muchos otros jóvenes, Irene Pawlicki, de 24 años, ayuda a mantener vivo el recuerdo de la masacre "para que no se repita", pero afirma que en el pasado existió otro Auschwitz, donde antes de la segunda guerra mundial más de la mitad de los habitantes eran judíos.

Los esfuerzos para recuperar el nombre de la ciudad han sido vanos. "Todo el mundo conoce Auschwitz, y cuando salimos y contamos donde vivimos nos miran con cara rara", dice el joven Adam Sowula. No hay fuentes de trabajo. "Nadie desea comprar productos elaborados en Auschwitz", lamenta.