Calixto lo que quiere es leche, pero eso solo lo dirá al final, cuando hayamos recorrido las más pobres calles de La Habana y él haya llenado el aire con el sonido de sus lamentos. Dos bolsas de leche en polvo, carísimas, a cambio de una diatriba feroz contra la revolución.

Existe una figura jurídica en Cuba conocida como asedio al turista, y por eso cada vez que aparece un policía a la vuelta de la esquina Calixto se aparta un poco y hace como que va solo. Pero no hay demasiados agentes en la Habana Centro, no tantos como en La Habana Vieja, y la mayor parte del tiempo se puede andar con normalidad. "Si te ven hablando con un turista te piden los papeles, te esposan y te mandan a la unidad. Ahí te pueden tener una hora, dos horas, tres horas... hasta que al fin les da por soltarte".

Una piedra en el camino

Aún se celebra el día de Santa Bárbara y a través de las puertas, abiertas de par en par, se ven los altares en su honor. "Rezar --dice--. "Aquí la gente reza mucho. Por algo será". Calixto tiene entre 25 y 30 años, lleva al hombro una mochila con su ropa de trabajo y fuma unos maltrechos cigarrillos de tabaco negro que aún no hacen mella en su dentadura blanquísima. Al pasar frente a una tienda de alimentos se detiene y apunta con el dedo. "Alimentos racionados. Nadie se muere de hambre, eso es cierto, pero a ver la clase de dieta que llevamos. Frijoles, arroz y huevo, frijoles, arroz y huevo. Pregúntame lo que daría yo por un vaso de leche".

Calixto dice que conoce a mucha gente con ganas de salir de la isla y a muchos que tienen familiares en el extranjero. A estos, agrega, les llega dinero "del bueno" (dólares), pero aunque quieren no pueden dejar de trabajar porque el Gobierno no les deja: para eso está la ley de peligrosidad. "Si no trabajas para la revolución eres un peligro para la revolución". Eso está diciendo cuando de lo alto de una fachada se desprende un pedazo de piedra. La roca, ni muy grande ni muy pequeña, rebota en la acera y aterriza junto a un viejo Ford destartalado. "Y de eso ni hablamos, ¿no? Este país se derrumba, amigo. Lleva años derrumbándose".

Según él, porque cuando había recursos --antes de la caída del telón de acero-- Fidel derrochó el dinero enviando ayuda militar a los países amigos, y para el pueblo cubano dejó poco. Ni siquiera para un vaso de leche. Y eso es lo que pide al despedirse. Dos bolsas de leche en polvo. Una para él y una para su mamá.