El presidente ecuatoriano es a estas horas pura circunspección y amargura. Tratándose de Lenín Moreno es más que una extrañeza. En los años 90 quedó postrado en una silla de ruedas por un intento de robo. "Estuve prácticamente todo el tiempo tirado en una cama, sufriendo mucho, con unos dolores que no los curó ni la morfina. Francamente hubiera preferido morirme". Lo salvó el humor y se convirtió en un entusiasta difusor de la risoterapia cultivada por el médico-payaso estadounidense, Hunter Patch Adams.

El arte de la carcajada lo llevó a la política. Fue vicepresidente de Rafael Correa y luego su heredero, hasta que vio en el antigua albacea la misma imagen del demonio y desando el camino. Nunca dejó de lado la hilaridad. Pero desde el miércoles está muy serio. Ha declarado el estado de excepción en Ecuador por 60 días en respuesta a las protestas desatadas por el incremento del precio del combustible.

Un Moreno adusto dijo que enfrenta una intentona "golpista" y puso a los militares a conducir buses para afrontar la huelga del sector del transporte. Le ha costado contener el enfado ante las cámaras al hablar de los "desestabilizadores" que intentan apartarlo del Gobierno "legalmente constituido". Las protestas contra el "paquetazo", como llaman en la calle a las recientes medidas, han dejado decenas de heridos y más de 300 detenidos que desafiaron las restricciones del derecho a reunirse.

DESAFÍO

Moreno trabajaba en el sector turístico cuando, hace 13 años, la mano de Correa, lo preparó para un desafío inesperado. "Entiendo que me seleccionó por el sentido del humor que piensa que hay que inyectar a la nueva Administración ". Correa ponderó su lealtad e histrionismo. "Me ha dicho que si hago un (mal) chiste más, va a empezar a conspirar para apoderarse del poder". No se necesitó de una chanza para que eso sucediera. Moreno asumió la presidencia en mayo del 2017 y desde el Palacio de Carondelet comenzó de inmediato a desmontar las precarias bases del llamado "Socialismo del Siglo XXI". A la sociedad le comunicó de un talante severo que, de lo contrario, Ecuador se iba a convertir en Venezuela.

El giro fue tan pronunciado que no se hizo esperar un entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El correismo y otros sectores de la oposición aseguran que la suba del precio del galón de diésel de 1,03 dólares a 2,27 de la misma moneda es fruto de un ajuste más amplio pactado con el organismo. Sin una pizca de gracia, Moreno golpeó la mesa y negó que emprende un ajuste económico. Los 1400 millones de dólares que se ahorrará el Estado, dijo, se destinarán a la educación y la salud. No muchos se lo tomaron en serio. Pero tampoco son horas de socarronerías. Ecuador parece entrar en una nueva crisis política de esas que, como en 1999 y el 2005, hacen tambalear el tinglado institucional.