En pocas semanas, el mapa de la oposición política británica ha dado un vuelco. Si el pasado mes los conservadores elegían como líder al joven David Cameron, ayer eran los liberal demócratas quienes prescindían de su jefe de filas. Charles Kennedy se vio forzado a presentar la dimisión, tras perder la confianza de sus propios diputados, dos días después de admitir públicamente su dependencia del alcohol.

La reputación de bebedor de Kennedy era bien conocida, aunque él había negado repetidamente cualquier problema de alcoholismo. Finalmente, el ultimátum de 25 de los 62 parlamentarios liberales en Westminster, que amenazaron con dimitir mañana si Kennedy no se marchaba, no le dejó otra alternativa que la renuncia.

Kennedy, que dirigía a los liberales desde 1999, consiguió en las pasadas elecciones de mayo el mejor resultado logrado por su partido desde los años 20. Algunos de esos votos fueron la recompensa a su oposición a la guerra de Irak. Sin embargo, su falta de garra en los debates parlamentarios y algunas embarazosas actuaciones debidas al alcohol le habían descalificado a los ojos de sus colaboradores.

La irrupción de Cameron al frente de los tories ha acelerado la caída de Kennedy. El hasta ahora número dos del partido, el veterano Sir Menzies Campbell, anunció inmediatamente su candidatura. Otros conocidos liberales como Simon Hughes y Mark Oaten podrían optar también al liderazgo.