La Casa de la Paz, en la ciudad de Panmunjon, ya está lista para que la península de Corea recuerde el día de hoy aunque la cumbre presidencial no dé más frutos que la foto. Kim Jong-un se convertirá en el primer representante de su estirpe que cruza el paralelo 38 desde el final de la guerra y estrechará la mano del presidente Moon Jae-in. Confluirán el nieto del fundador de Corea del Norte con el hijo de un refugiado que huyó al sur, un fósil de la guerra fría con un pilar del capitalismo, una economía comatosa y agraria con una de las más audaces y tecnificadas. Y de esa reunión se espera que las buenas intenciones sobrevuelen las razonables reservas y germinen en acuerdos tangibles.

Será la tercera cumbre en la historia y la primera desde que los conservadores de Seúl finiquitaron en el 2008 la política de concordia de los socialdemócratas. El cuadro se agravó sin remedio desde entonces y a finales de año se debatía si Pionyang bombardearía la base estadounidense de Guam primero o si Washington se adelantaría con un ataque quirúrgico. La mención al diálogo de Kim en su discurso de Año Nuevo cambió un escenario de guerra termonuclear inminente por la posible firma del anhelado tratado de paz.

La península vive ahora en el frenesí: envío mutuo de delegaciones musicales, restablecimiento de la línea telefónica directa entre presidentes, suspensión norcoreana de lanzamientos de misiles y ensayos nucleares…

CAUTELA / La prudencia y la hemeroteca aconsejan embridar el optimismo. Ambos países acumulan demasiados pleitos para que puedan resolverse en las pocas horas que permanecerán reunidos en la orilla meridional de la frontera. Kim acude secundado por su hermanísima, Kim Yo-jong, y siete adláteres más. Entre ellos figuran Kim Yong-chol, jefe del espionaje nacional y cerebro de varios ataques al sur, y Choe Hwi, sancionado por la ONU, como evidencia de que negociar con Pionyang exige tragar muchos sapos. Sobre la mesa estarán los espinosos asuntos del tratado de paz y la desnuclearización. La península se rige aún por el armisticio (apenas un alto el fuego) de 1953 y desde entonces se han encadenado las amenazas bélicas, los ataques e incluso los intentos norcoreanos de liquidar al presidente sureño. El tratado cerraría un capítulo que empezó a escribirse en la guerra fría, pero el entusiasmo desde que Moon lo mencionara se ha aguado a medida que emergían los inconvenientes formales.

Asegura la doctrina que el tratado debería ser secundado por los que firmaron aquel armisticio (China y EEUU, además de Corea del Norte) y no Seúl. Un avance menos ambicioso y más realista es un acuerdo de cese de hostilidades con límites más estrictos a acciones militares, que evitaría el aroma de fracaso.

El tratado sin la firma de todos los que lucharon en la guerra generaría dudas sobre su valor jurídico, confirma Tong Zhao, experto en seguridad del Centro Carnegie-Tsinghua. «Incluso un compromiso político general de no-violencia sería bienvenido si tenemos en cuenta las recientes tensiones, pero la gente se preocupará de qué eficacia tiene si las tensiones nucleares regresan en el futuro», añade. Las dudas sobre la desnuclearización son de fondo. Pionyang ha colocado su arsenal atómico en la mesa de negociaciones, cumpliendo las exigencias de Seúl y Washington, pero divergen las interpretaciones. La primera la ofrece por fases mientras los segundos la pretenden completa, verificable e irreversible.

La sinceridad de Pionyang divide a los expertos más afamados que ayer compartieron charla en Seúl. Para Kim Tae-hwan, profesor de la Academia Nacional de Diplomacia de Corea, Kim Jong-un ejecuta el definitivo paso «de un país nuclear a un país normal». En la línea escéptica está Andrei Lankov, profesor de la Universidad de Kookmin: «No creo que su desnuclearización sea posible porque va en contra de sus intereses a largo plazo», ha afirmado. Los líderes norcoreanos saben que solo el as nuclear ha impedido en las dos últimas décadas que siguieran los destinos trágicos de dictadores como Gadafi o Sadam y los recientes bombardeos a Siria les habrán refrescado la memoria. Un compromiso inicial de reducir las reservas nucleares sería una salida airosa.

Influye también la desconfianza mutua. Pionyang recela de la solidez de las promesas de un presidente tan levantisco como Trump y Occidente obtuvo la última certeza de las trapacerías de Corea del Norte cuando esta semana anunciaba con fanfarria el cierre de su silo nuclear: los expertos sostienen que estaba ya inservible y al borde del colapso después de seis ensayos. Entre tantas dudas emerge una certeza: Seúl no pondrá énfasis en el calamitoso cuadro de los derechos humanos en Corea del Norte para no arruinar el clima.