La historia tendrá que esperar para entronizar a Tzipi Livni. Tras algo más de un mes de negociaciones infructuosas para formar una coalición de Gobierno, la presidenta del partido Kadima y ministra de Asuntos Exteriores de Israel recomendó ayer al presidente del país, Shimon Peres, la convocatoria de elecciones anticipadas. Livni ha arrojado la toalla ante el "chantaje diplomático y económico" de los partidos ultrarreligiosos. Su revés ahonda la inestabilidad política en Israel y supone otro golpe al proceso de paz.

La pelota está ahora en el tejado de Shimon Peres. El presidente tiene tres días para convocar elecciones o encargar a otro dirigente político la misión de formar coalición, una posibilidad harto improbable. Si opta por los comicios, algo que en sus propias palabras "no sería una tragedia", probablemente se celebrarían en febrero, cerca de año y medio antes de lo previsto. Mientras dure el compás de espera, seguirá al frente del poder el primer ministro en funciones, Ehud Olmert, quien dimitió a finales de septiembre acosado por los escándalos de corrupción.

El obstáculo insalvable para la carrera meteórica de Livni ha sido la posición de los ultraortodoxos, especialmente del Shas, el partido de los sefardís, que aglutina 12 de los 120 escaños del Parlamento. Los fundamentalistas del rabino Ovadia Yosef exigían para seguir en el Gobierno un incremento de 200 millones de euros en las ayudas a las familias numerosas y que Jerusalén quedará excluido de las negociaciones con los palestinos.

SIN CONCESIONES Livni se acercó al peaje de unos y otros, pero no cedió respecto a Jerusalén. "Estoy harta de extorsiones. Veremos qué hacen todos estos héroes dentro de 90 días", decía la dirigente a sus allegados. Al portazo del Shas parece haber contribuido el cortejo entre bambalinas de Binyamin Netanyahu, el político preferido por las encuestas para vencer en unos comicios anticipados. Según el diario Haaretz, el líder del derechista Likud les ha ofrecido a los ultrarreligiosos unas ayudas muy superiores a las de Livni en su eventual Gobierno.

Las negociaciones han sido para la jefa de la diplomacia israelí un continuo calvario. Todos sus potenciales socios han pedido más dinero y poder para sumarse a la coalición o seguir a bordo de ella, incluido sus socios del partido de los Pensionistas. Y Livni no ha sabido manejarse con suficiente destreza en el mercado persa de la política israelí, formado por una miríada de pequeños partidos gobernados por intereses sectarios. O quizás, simplemente, no ha querido. Al fin y al cabo, ella quiere abanderar una nueva forma de hacer política, más transparente y alejada de ese "politiqueo" que a menudo denuncia.

De los 12 partidos representados en la Knesset, solo los laboristas de Ehud Barak aceptaron su oferta, pero es una alianza insuficiente. Entre ambas formaciones solo suman 48 escaños, 13 por debajo de la mayoría. Livni podría haber arriesgado con una coalición raquítica de izquierdas, con los laboristas y Meretz (5 escaños) y el apoyo esporádico de los partidos árabes (11 escaños), aunque con estos últimos ni siquiera se ha reunido, reflejo del estigma que arrastran entre la mayoría judía.

Pero con esa fórmula difícilmente hubiera superado la primera moción de censura. En cambio, la ministra ha preferido renunciar a sus opciones con dignidad. De hecho ni siquiera ha agotado la extensión del plazo para formar Gobierno que le concedió el presidente.

La prensa israelí ha cargado contra Livni con dureza, empleando en sus titulares términos como "fracaso" y "decepción" y acusándola de vivir en la "inocencia política".