Con manos, picos y palas, los padres, desesperados, intentaban sacar ayer a los más de 850 niños atrapados en los escombros de dos escuelas que se derrumbaron el sábado al norte de Pakistán. En muchos países de confesión musulmana, el sábado es el primer día laborable, tras la fiesta del viernes.

Las voces aterrorizadas de los niños atrapados y los llantos angustiosos de los padres acompañaban el frenético trabajo en el valle de Balakot, en las montañas en la provincia de la Frontera del Noroeste, una de las zonas más castigadas por el devastador terremoto.

"¡Salvadme, llamad a mi madre, llamad a mi padre!". El hilo de voz de un niño salía una vez y otra de entre la basura de una escuela del Gobierno en la que los residentes dicen que hay unos 200 niños atrapados. "Saquen a mi hijo de ahí, saquen a mi hijo", se lamentó una madre, golpeándose el pecho, mientras otros padres sacaban los cuerpos de cuatro niños, que elevan a ocho el saldo de muertos en el colegio.

Los residentes del pueblo, de 20.000 habitantes, estiman que 2.500 personas pueden haber muerto en ése y en los siete municipios de los alrededores. Se quejan de que no han recibido ayuda de la policía ni de los servicios de emergencia.

En la escuela privada de Shaheen, 650 niños quedaron atrapados cuando el edificio de cuatro plantas se derrumbó. Los niños estaban sentados en clase, a las 8.50 horas (tres menos en España). Los padres que estaban escarbando entre la basura explicaban que habían sacado los cadáveres de seis niños muertos. Los cuerpos de otros cuatro se veían en el tejado.

Devastación masiva

Una adolescente llamada Busra fue rescatada ayer por la mañana. Estaba cubierta de polvo y con una pierna herida. "Estábamos sentados cuando ocurrió. Intentamos levantarnos, pero todo se caía", explicó.

La región de Balakot es un escenario de devastación masiva. La mitad de las casas están destrozadas y docenas de cadáveres se ven por las calles. El camino que lleva al pueblo ha quedado enterrado por el corrimiento de tierras y sólo se puede llegar a pie. Un periodista contó 105 cuerpos en los ocho kilómetros de trayecto.

Un niño llevaba a su hermana, de quizá 4 ó 5 años, que tenía la piel de la cara y del cuerpo arrancada por una roca que aplastó su casa. No sabía qué hacer. "No hay vendas, no hay nada", dijo. "Tampoco hay médicos. ¿Adónde tenemos que ir?", se preguntó.

El centro de leprosos

Chris Schmoter, una doctora alemana que dirige un centro de leprosos en Balakot, dijo que hacían lo que podían. Explicó que seis pacientes habían muerto cuando el techo del centro se derrumbó. "He estado trabajando en centros de ayuda durante 17 años, pero ahora estoy en estado de shock porque nunca había visto tanta devastación", aseguró.