Pueblos enteros han desaparecido y la situación es precaria en todo el delta del Irauadi, pero la Junta militar birmana sigue sin admitir la realidad. Los monjes del monasterio de Kyaung Thit Temple, en las afueras de Rangún, acaban de regresar de Labutta y Bogalay y sostienen que todavía hay centenares de muertos entre los arrozales. "Algunos pueblos han sido borrados del mapa y su gente sigue bajo las aguas", sostiene el religioso Aung Ko, que ya se significó en la revuelta de azafrán de septiembre.

Esos dos departamentos concentran la mayoría de los más de 60.000 desaparecidos y los 74.000 muertos en el delta. Las dos zonas están selladas por el Ejército por tierra, mar y aire, y más a los periodistas, a los que los militares han prohibido terminantemente su entrada. Este diario ha recorrido la parte norte del delta, donde la población tiene aún el hambre prendida en las orejas y se afana en reconstruir sus casas.

Llueve a cántaros en Twantay, cerca del monasterio, donde los controles policiales son constantes. Ba Nyein Aung (identidad supuesta por la que pide ser identificado) muestra el lugar donde rescató a su hija, Yé, de la crecida repentina de las aguas. Nos abre sus casa de par en par, pese a la advertencia de la Junta militar a la población para abstenerse de hablar con extranjeros. Ba camina como un equilibrista sobre los troncos de madera que conducen a la vivienda y nos presta su hombro para no acabar en el fango. Es una casa porque tiene televisión y porque está construida con teka en vez de bambú. Pero es minúscula y tiene el tejado de ramaje y hojas. En una de las dos habitaciones duermen el matrimonio, la suegra y sus cuatro hijos. En la otra, dos cerdos.

"Por favor, expliquen al mundo las penalidades que estamos pasando", reclama Ba, mientras muestra su pecho, amoratado. Ba se ató a la columna central de la casa, tras hacer lo mismo con toda su familia. "Nos atamos con cuerdas de coco para evitar salir volando".

De este modo, salvaron la vida los Nyein, cultivadores de arroz y espinacas de agua en el delta. Así estuvieron desde las 9 de la noche del día 2 de mayo hasta las 11 horas del día 3. "La verdad es que nos preparamos un poco porque la televisión advirtió de que llegaba un ciclón. Pero casi todos los años, por estas fechas, dicen lo mismo y no pasa nada. Hubiera hecho falta que nos evacuaran, pero el Gobierno no lo hizo ni lo sugirió porque valoró mal el riesgo. Y lo que es mucho peor, cuando ocurrió la catástrofe miró hacia otro lado".

Pese a las críticas, el agricultor admite que ha recibido ayudas, aunque tarde. "Hemos estado 13 días abandonados por completo. Es verdad que ahora nos han pagado el material para techar la casa, pero ¿qué hubiera pasado si perdemos la vida, como les ha pasado a los primos de mi mujer, que vivían cerca de Labutta? Allí, de un pueblo de 400 habitantes, se han salvado unos 60".

Alcalde desconfiado

Al rato de hablar aparece el alcalde. "¿Qué haces hablando con estos blancos?", grita. Sus miradas son agujas, y la reunión se termina. Tratamos de calmarlo, pero no hay manera. "Somos hijos de agricultores en España y nos interesan las técnicas en uno de los mayores deltas del mundo", le justificamos. Impertérrito, coge un walkie talkie y lanza un código dos. Pinta mal. Nos vamos sin correr.

Tras varios rodeos por carreteras secundarias llegamos hasta Get Lone, en el departamento vecino de Maubín. Como en Twantay, los arrozales siguen inundados y las casas ladeadas o con serios desperfectos. También hay un 15% de la población que vive en cabañas, construidas con una lona y 20 cañas de bambú regaladas por la Junta Militar. "Nosotros vivíamos en Dedaye --en el sur-- y lo perdimos todo. Hemos venido aquí porque hay muchos cuerpos en el agua; tenemos miedo a las enfermedades", sostiene Win W., que vive con su esposa y cinco hijos en un cubículo.

El monzón sopla y llora. Pero Saw Lawka, su vecino, sigue parcheando la casa. "Cuenten que esto ha sido el fin del mundo. Hemos vivido 15 días con la ropa mojada y sin comida y por aquí solo ha aparecido una oenegé de Rangún. El Ejército ha comenzado ahora a arremangarse. Cuando estábamos con el agua al cuello, ellos tan tranquilos en sus cuarteles. Los militares lo van a pagar", dice el hombre.