Los militares deben haberse arrepentido de detenerme». Así se refería Luiz Inácio Lula da Silva en 1980 a su arresto durante la dictadura brasileña, cuando era un joven dirigente sindical. Ahora, el político más popular de Brasil entra de nuevo en la cárcel, para cumplir una pena de 12 años, pero esta vez por corrupción.

El juez Sergio Moro ordenó el jueves su ingreso inmediato en prisión y le concedió un plazo que vencía anoche para entregarse. Dos horas antes de vencer ese plazo, Lula seguía encerrado en el sindicato de metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo, en Sao Paulo, arropado por sus aliados políticos y la militancia, a la espera de su inminente ingreso en prisión.

Fuentes de su entorno aseguraban que no pensaba entregarse, mientras que su defensa mantuvo sin éxito una fuerte ofensiva en los tribunales, mediante recursos de amparo que intentaban evitar su inminente arresto.

Jorge Chastalo Filho, jefe del equipo de custodia y escolta de la policía federal de Curitiba, no aclaró qué actitud tomaría la policía si Lula se resistía y no se entregaba en el plazo fijado. Recluido en la sede del sindicato metalúrgico, solo realizó a sus partidarios un breve saludo desde una de las ventanas del edificio. El exmandatario está «tranquilo» y con la seguridad de que «los justos» vencerán, confirmó uno de sus asesores.

Organizaciones sociales, sindicales y políticas de izquierda convocaron movilizaciones en Brasil en protesta por la orden de prisión dictada contra Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores (PT). Las convocatorias, tuvieron un tibio seguimiento y no lograron arrastrar multitudes, aunque se prevén actos masivos en las próximas horas en las grandes ciudades, en especial en Sao Paulo y Río de Janeiro.

ABRIL DE 1980 / Luiz Inácio, el limpiabotas que se hizo tornero a los 15 años, era en 1980 un joven e influyente sindicalista que lideraba una huelga que paralizó la industria automotriz en la zona metropolitana de Sao Paulo y desafiaba al régimen militar (1964-1985). El entonces sindicalista fue detenido el 19 de abril de 1980 «por atentar contra el orden nacional», fue conducido al Departamento de Orden Político Social y pasó 31 días encarcelado.

Cuando en el 2014 declaró ante la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), explicó que sabía que le vigilaban por su actividad sindical años antes de su detención. «Me vigilaban en las salas de cine. En las asambleas sindicales (...) A veces, aparecían disfrazados en el bar del sindicato (...) A veces, para molestar, Marisa Leticia (su segunda esposa, fallecida en el 2017) preparaba café y les ofrecía», relató.

En la cárcel, llegó a organizar una asamblea con funcionarios, consiguió una televisión para ver a su equipo, el Corinthians, y mantuvo una semana de huelga de hambre. «Fui tratado con dignidad», reconoció Lula ante la Comisión, que investigó las violaciones de derechos humanos cometidas durante la dictadura.

Hoy, el expresidente (2003-2010) y líder indiscutible del PT, tiene un pie en la cárcel por un motivo muy diferente: tiene siete causas abiertas, pero el juez ha decretado su ingreso en prisión por un apartamento en la playa. Un apartamento, en el que no ha vivido, que según la fiscalía habría recibido a cambio de beneficiar a la constructora OAS con contratos públicos ligados a Petrobras, la joya de la corona de Brasil y el epicentro de una monumental trama de corrupción.

La pesadilla judicial de Lula comenzó cuando el juez Sergio Moro le condenó a 9 años por el caso del apartamento, uno de los procesos que sus allegados y su defensa consideraban menos arriesgados para el expresidente. Un tribunal de segunda instancia elevó la condena a 12 años, el Tribunal Supremo rechazó el miércoles un habeas corpus de su defensa, y, en menos de 24 horas, con una celeridad inusual, Moro decretó el jueves su ingreso inmediato en prisión.

En 1980, Lula transformó su paso por la cárcel en una victoria política. Ahora, la orden de ingreso en prisión supone un golpe fulminante a sus aspiraciones de volver a la política activa, pese a liderar todas las encuestas electorales.