Luiz Inacio Lula da Silva es la inevitable otra cara de la moneda de los fastos de la ultraderecha. El expresidente recibió el nuevo año solo en una celda de Curitiba, en el sur brasileño. Mientras sus confesos enemigos festejaban, Lula, acompañado apenas por decenas de simpatizantes en las afueras de la prisión, hizo un llamamiento a la «resistencia y la lucha» a los brasileños estupefactos por el giro político que vive el país.

Lula cumple una condena de 12 años dictada en un juicio durante el cual el tribunal se conformó con tener «indicios» de corrupción. «Fui arrestado sin haber cometido ningún crimen, condenado sin pruebas y sin derecho a un juicio justo, pero no me siento solo». El exmandatario pidió a los militantes del Partido de los Trabajadores (PT) que no «bajen la cabeza», ni que se dejen arrebatar «la alegría de vivir y de batallar por días mejores».

El expresidente brasileño recordó que, desde el derrocamiento de su sucesora, Dilma Rousseff, en el 2016, y a lo largo del Gobierno interino que dirigió el país, se crearon las condiciones para la victoria de Bolsonaro.

«El hambre ha vuelto a nuestro país, el paro está rondando millones de hogares» y «los derechos de los trabajadores están siendo destruidos». Por último, se permitió glosar una canción de Chico Buarque que tuvo honda significación en los años 70, bajo la dictadura: «A pesar de usted /mañana va a ser otro día».