A Hong Kong y Macao las une el ferry en una hora o un autobús en cuarenta minutos por el nuevo puente marino, su pasado colonial europeo, el regreso a China en fechas cercanas y la fórmula un país, dos sistemas que protege sus libertades durante medio siglo. Y poco más. La primera acumula tres meses de reclamaciones democráticas masivas mientras en la segunda sólo se recuerda un conato: acudió una treintena de personas a la plaza del Senado y la policía detuvo a siete. Fue la crónica de una no-protesta.

Macao es la excolonia agradecida y la prensa china se preguntaba recientemente qué hace tan excelentes a los macaenses mientras prometía castigos inclementes a los activistas hongkoneses. La respuesta obvia es la economía: la isleña languidece mientras el monopolio del juego en China alimenta la local. La renta per cápita en Macao superó una década atrás a la de sus vecinos y el próximo año desbancará a Qatar en la cúspide global, según el pronóstico del Fondo Monetario Internacional. Cada ciudadano recibe un cheque anual de 10.000 patacas (1.120 euros) y disfruta de una cobertura social escandinava a cuenta de un gobierno local que nutre el 80 % de sus arcas con los impuestos de los casinos. Tanta generosidad desincentiva la queja por más erosiones que acumulen las libertades.

Macao es hoy lo que teme ser Hong Kong mañana. Sus colegios utilizan los manuales patrióticos del interior y las banderas chinas rematan sus fachadas mientras la Ley de Seguridad Nacional contempla los delitos de traición, sedición y secesión. Sólo hay un puñado de medios libres, siempre en portugués e inglés, que no calan en una población que entiende el cantonés y el mandarín utilizados por la propaganda. Y aquella efímera protesta, prohibida por la policía, evidencia que el derecho a manifestarse termina en la política.

CUESTIONES QUE AFECTAN AL BOLSILLO

La sociedad civil sólo ha mostrado interés por cuestiones que afectan a su bolsillo. Inundó las calles cuando el Gobierno anunció unas jubilaciones descomunales para sus funcionarios o cuando quiso cuadriplicar las multas por aparcamiento. Y en ambos casos consiguió la victoria inmediata. El Gobierno es muy sensible y rápidamente retira cualquier medida que genera gran oposición antes de que las cosas empeoren. No es eficiente pero su estabilidad, en gran medida, descansa en sus prestaciones sociales y en la entrega de los cheques, señala Eilo Wing-yat Yu, profesor del Departamento de Gobierno y Administración de la Universidad de Macao.

Pero la satisfacción ciudadana depende del caudal de turistas del interior y la desaceleración económica podría rebajarlo. El fin de la generosidad del gobierno en un contexto económico delicado podría arruinar la luna de miel, sostiene.

Es una hipótesis lejana aún y hoy el puñado de activistas prodemocráticos mastica su frustración por la falta de conciencia política de sus ciudadanos y mira con envidia a Hong Kong. Sus partidos apenas recibieron en las últimas elecciones 45.000 votos, menos de la mitad que los propequinesas. En un Parlamento de 33 miembros cuentan con cuatro y el veinteañero Sulu Sou es el más joven. La gente aquí solo habla de economía. El macaense carece de pensamiento crítico. Algunos quieren la democracia pero rehúsan cualquier acción porque afectará a la sociedad, a la familia, a la estabilidad económica, comenta.

Al frente del Gobierno está Ho Iat-seng, un magnate local y ex miembro del Parlamento chino, que recibió 378 de los 400 votos del comité electoral. Fue la cuarta vez consecutiva que el candidato de Pekín concurría sin oposición y en su discurso de investidura subrayó que quería mostrarle a Taiwán que la desprestigiada fórmula de un país, dos sistemas también es una garantía de prosperidad.

LA ABULIA MACAENSE

Existen más razones que explican la abulia macaense. Es una sociedad tradicional y conservadora que descansa en los she tuan o asociaciones de intereses familiares y económicos. Aunque su colonización fue más larga (casi cinco siglos por 150 años en Hong Kong), los valores occidentales nunca se asentaron con fuerza. Y casi la mitad de su población ha nacido en el interior y le falta interés en defender el hecho diferencial macaense.

Coinciden también causas históricas. Las fuerzas prochinas durante la Revolución Cultural fueron reprimidas con fuerza por Londres y expulsadas de Hong Kong pero fueron sedimentándose en Macao frente a un poder colonial en horas bajas. Y mientras la exprimera ministra Margaret Thatcher intentaba prorrogar la colonización británica, Lisboa le ofrecía a Pekín acortar la suya. Macao era una calamidad antes del regreso a China en 1999: una economía comatosa, sin infraestructuras elementales y con un canallesco conglomerado de putas, casas de empeños, bandidos de todo pelaje y mafias que se discutían el poder a tiros por las calles. Era evidente que Macao se deslizaba hacia el sumidero y se miró a China con esperanza.

Pekín acabó con el menú delincuencial y no sólo permitió el juego prohibido en el interior sino que en 2001 lo abrió a las grandes cadenas de casinos internacionales. A partir de ahí, la vorágine: en los cuatro años siguientes los casinos pasaron de 11 a 24, las mesas crecieron de 339 a 2.762, la facturación se dobló y Macao arrebató la capitalidad del juego a Las Vegas. El pasado año ingresó 38.000 millones de dólares, casi seis veces más que su rival de Nevada.

El esplendor actual se explica por ese monopolio en un país con 1.400 millones de jugadores empedernidos. La concentración de grúas es parecida a la del resto de China, pero aquí no se levantan anodinos bloques de cemento sino retorcidas estructuras doradas o plateadas que convierten el skyline nocturno en una orgía de luces parpadeantes.

NO INQUIETAN LAS INTROMISIONES CHINAS

En Macao no inquietan las intromisiones chinas en sus asuntos internos que descomponen a los hongkoneses. Sus funcionarios participan en eventos oficiales y opinan sin recato sobre cuestiones políticas mientras los macaenses desean que Pekín les arregle la corrupción del Gobierno local y otros desaguisados. En agosto entraron las primeras tropas chinas desde la devolución para limpiar los escombros causados por un tifón entre los aplausos del pueblo. Cualquier presencia en Hong Kong de los uniformados, incluso para labores humanitarias, devolvería el recuerdo de Tiananmén.

La atonía prodemocrática de los macaenses es la misma que la de los hongkoneses antes de que su economía se gripara. Tom, universitario, nunca habla de política con sus amigos y considera que la corrupción del Gobierno local es una factura asumible. No hay paro, tenemos educación gratuita hasta secundaria, la universidad es mucho más barata que en Hong Kong y los jubilados disfrutan de grandes pensiones. Por qué querríamos cambiar todo eso?. Y, como muchos macaenses, apunta a la arrogancia y esnobismo de los hongkoneses para justificar su desapego por su lucha prodemocrática.

Sulu Sou y otros jóvenes activistas publicaron una carta abierta dos días después de aquella manifestación abortada. Denunciaba que detrás de la opulenta fachada había gente oprimida y suplicando ayuda. El tiempo para luchar por nuestros derechos es ahora, antes de que Macao se convierta en una ciudad china más, continuaba. Yo soy siempre optimista, contesta riendo cuando le pregunto por sus esperanzas.