A Hong Kong y Macao las une el ferry en una hora, su pasado colonial europeo, el regreso a China en fechas parecidas y la fórmula un país, dos sistemas que protege sus libertades. Y poco más. La primera acumula tres meses de reclamaciones democráticas masivas mientras en la segunda solo se recuerda un conato: acudió una treintena de personas a la plaza del Senado y la policía detuvo a siete. Fue la crónica de una no-protesta.

Macao es la excolonia agradecida y la prensa china se preguntaba recientemente qué hace tan «excelentes» a los macaenses. La respuesta obvia es la economía: la hongkonesa languidece mientras el monopolio del juego en China alimenta la local. La renta per cápita en Macao superó una década atrás a la de sus vecinos y el próximo año desbancará a Qatar en la cúspide global. Cada ciudadano recibe un cheque anual de 10.000 patacas (1.120 euros) y disfruta de una cobertura social escandinava a cuenta de un gobierno local que nutre el 80 % de sus arcas con los impuestos de los casinos. Tanta generosidad desincentiva la queja.

Macao es todo lo que teme Hong Kong: la educación patriótica, una prensa inclinada al poder y limitaciones al derecho de manifestación. La sociedad civil inundó las calles cuando el Gobierno anunció unas jubilaciones desmesuradas para sus funcionarios o cuando quiso cuadriplicar las multas por aparcamiento, pero ha mostrado un pertinaz pasotismo por las cuestiones ajenas a su bolsillo.

El puñado de activistas prodemocráticos mastica su frustración. Sus partidos apenas recibieron en las últimas elecciones 45.000 votos, menos de la mitad que los propequinesas. En un Parlamento de 33 miembros cuentan con cuatro y el veinteañero Sulu Sou es el más joven. «La gente aquí solo habla de economía. El macaense carece de pensamiento crítico. Algunos quieren la democracia pero rehúsan cualquier acción porque afectará a la sociedad, a la familia, a la estabilidad», dice.

Al frente del Gobierno está Ho Iat-seng, un magnate local y exmiembro del Parlamento chino, que recibió 378 de los 400 votos del comité electoral. Fue la cuarta vez consecutiva que el candidato de Pekín concurría sin oposición y en su discurso de investidura subrayó que quería mostrarle a Taiwán que la desprestigiada fórmula de un país, dos sistemas también es una garantía de prosperidad.

De Portugal a China

Existen más razones que explican la abulia macaense. Es una sociedad tradicional que descansa en los she tuan o asociaciones de intereses familiares y económicos. Aunque su colonización fue más larga (casi cinco siglos por 150 años en Hong Kong), los valores occidentales nunca se asentaron.

Las fuerzas prochinas durante la Revolución Cultural fueron reprimidas con fuerza en Hong Kong pero calaron en Macao y se hicieron fuertes frente a un poder colonial en horas bajas. Y mientras la exprimera ministra Margaret Thatcher intentaba prorrogar la colonización británica, Lisboa le ofrecía a Pekín acortar la suya.

Macao era una calamidad antes del regreso a China en 1999: una economía comatosa, sin infraestructuras elementales y con un canallesco conglomerado de prostitutas, casas de empeños, bandidos de todo pelaje y mafias que se discutían el poder a tiros.

Pekín acabó con el menú delincuencial y no sólo permitió el juego prohibido en el interior, sino que en el 2001 lo abrió a las grandes cadenas de casinos internacionales. El esplendor actual se explica por ese monopolio en un país con 1.400 millones de jugadores empedernidos. Aquí no se levantan anodinos bloques de cemento sino retorcidas estructuras doradas o plateadas que configuran el skyline nocturno como una orgía de luces parpadeantes.

Tom, universitario, nunca habla de política con sus amigos y considera que la corrupción del gobierno es una factura asumible: «No hay paro, tenemos educación gratuita hasta secundaria, la universidad es mucho más barata que en Hong Kong y los jubilados disfrutan de grandes pensiones. ¿Por qué querríamos cambiar todo eso?».