Pinochet llegó a Santiago el 3 de marzo del 2000. Bajó del avión en silla de ruedas y, como Lázaro, comenzó a andar al son de una entusiasta fanfarria castrense. Pero el Chile al que regresaba después de más de 15 meses de arresto en Gran Bretaña ya no era el mismo. Una semana más tarde asumía la presidencia un socialista, Ricardo Lagos. Y el juez Juan Guzmán buscaba despojar a Pinochet de la inmunidad que le daba su condición de senador vitalicio, y así procesarlo por su responsabilidad en los asesinatos y desapariciones perpetrados en el norte del país al paso de la Caravana de la muerte .

En agosto, el Tribunal Supremo confirmó su desafuero. Y en diciembre, Guzmán ordenó su arresto domiciliario. A partir de ese momento, se libro una intensa batalla judicial. Su equipo de abogados intentó a toda costa demostrar que el dictador estaba enfermo y demente. Los querellantes insistieron en que era un simulador. El Supremo le fue dando la razón tanto a una como a otra parte, como si aceptara el escenario del empate político permanente.

Primer arresto

Así fue como, el 30 de enero del 2001, Guzmán dispuso el primer e histórico arresto del dictador. Pero 42 días más tarde, el general quedaba en libertad provisional por cuestiones de salud. En julio del 2002, Pinochet fue sobreseído debido a su "demencia moderada".

¿Era cierto? "Me siento como un ángel", le dijo Pinochet en noviembre del 2003 a un canal de televisión de Miami (EEUU), un día antes de cumplir 88 años. Guzmán tomó nota de semejante jovialidad y volvió a la carga. Esta vez quiso cercarlo por los delitos cometidos en el marco de la operación Cóndor. Y una vez más se repitió la misma puesta en escena: desafuero, procesamiento, arresto, libertad y cierre de la causa.

Sin embargo sucedió algo que terminó con lo que, para algunos, se había convertido en una pantomima judicial. El Senado de EEUU puso al descubierto las cuentas secretas de Pinochet con 27 millones de dólares (18,9 millones de euros, algunas de ellas con nombre falso) en el Banco Riggs y otras entidades.

Ya no solo era acusado de represor sino (para escándalo de sus apologistas) de haberse enriquecido de manera ilícita. A medida que el juez Sergio Muñoz fue avanzando en la causa y se comprobaron las acusaciones, la derecha --que lo había considerado un prohombre-- y hasta el Ejército decidieron abandonarlo. Los arrepentimientos de los uniformados se convirtieron en costumbre.

Fraude tributario

El 2005 quedará en la memoria como el año de los procesamientos en cadena por fraude tributario, en que se vio implicada toda su familia, y por la operación Colombo, por la que se le acusaba del asesinato de 119 opositores. Y, además, los arrestos domiciliarios.

En septiembre del 2006, el dictador --a esas alturas un personaje marginal en Chile-- volvió a ser desaforado y procesado por lo ocurrido en un centro de tortura. El 25 de noviembre, cumplió 91 años en absoluta soledad. Posó para los fotógrafos y lanzó su último mensaje: una exaltación de sus acciones. Nadie le prestó atención. Dos días más tarde, fue procesado por dos asesinatos. Se cumplía la profecía de Isabel Allende. La hija del expresidente le había presagiado una vejez intranquila, bajo la amenaza judicial. Simulando hasta el final un extravío para evitar la condena.