Con las manos desnudas y ayudado por sus vecinos, Hengky Tjoa busca desesperadamente entre los escombros de lo que fue el inmueble donde vivía en la isla indonesia de Nias. Sus dos hijos permanecen enterrados y asegura haber escuchado ruido bajo las piedras.

Pero no se hace muchas ilusiones: el edificio de cuatro pisos en el que habitaba se vino abajo como un castillo de naipes durante el seísmo del lunes. Queda poco margen para la esperanza. "Su suerte está en manos de Dios", dice Tjoa sobre sus dos hijos, de 5 y 7 años.

Los niños, atrapados

El joven padre, de 30 años, regentaba un restaurante y una droguería en el inmueble derruido. Casi 40 horas después de la terrible sacudida sísmica, sigue su búsqueda desesperada. Un amigo de la familia, de 24 años, corrió a socorrer a los pequeños cuando la tierra empezó a temblar inesperadamente. Ya no tuvo tiempo de salir.

"Seguramente todos están muertos", musita a media voz Hengky Tjoa, mientras continúa separando con las manos restos de cemento, sin ninguna máquina que le sirva de ayuda. "Mi mujer y yo conseguimos salir, pero mis hijos se quedaron atrapados. Yo quería salvarlos, pero nuestros amigos impidieron por la fuerza que me acercara. Entonces fue cuando vi cómo se caía la casa, con ellos dentro", relata.

Yeni Rimba, una madre de 44 años, también ha perdido a sus dos hijos. "Puedo ver el cuerpo de uno de mis niños, pero sus pies están todavía atrapados entre los escombros. No sé donde está mi otro hijo. Mi marido y yo damos gracias a Dios por habernos salvado, pero tengo la mitad de mi corazón roto porque mis dos hijos están muertos", se lamenta.

Durante unas seis horas, imploró a Dios, mientras permaneció bajo su casa destruida. Sus vecinos lograron sacarla con vida tras derribar las paredes de su hogar a mazazos.

Grúas, excavadoras o gatos hidráulicos para remover los escombros brillan por su ausencia mientras muchas víctimas permanecen enterradas, denuncian los reponsables gubernamentales. Las búsquedas son irrisorias, con el escaso material del que disponen los socorristas improvisados.

Hedor a muerte

Delante de la iglesia Santa Maria, 25 cadáveres yacen cubiertos con un simple trapo a modo de lienzo. Empieza a percibirse un hedor a muerte, allí y en las calles, donde reina un caos absoluto cada vez mayor.

"Hasta ahora, no ha habido coordinación de las operaciones de ayuda por parte de los responsables oficiales, que no nos han ofrecido ninguna asistencia, ya sean víveres, medicamentos o socorristas", exclama encolerizado Yanto Gunawan, de 34 años.

"No se puede contar con los responsables locales, sea la policía, el Ejército o los funcionarios", afirma. Gunawan ha perdido a cinco familiares, tres de ellos niños, cuyos ataúdes han sido dispuestos en el patio de un templo cercano.

Mayoría cristiana

Más del 80% de habitantes de Nias son cristianos, en su mayoría protestantes. Muchos damnificados huyeron hacia las montañas tras el seísmo por miedo a un tsunami y ahora rechazan volver a sus casas, aunque estén intactas.

Los alimentos empiezan a escasear en la zona pero la inquietud crece más veloz que el hambre en la isla de Nias. Según informó la radio indonesia, unas 500 personas trataron de asaltar la residencia del jefe de distrito de Gunung Sitoli, donde había almacenados camiones repletos de alimentos.

"No nos hagan esperar más. No nos dejen morir de hambre", implora dramáticamente una anciana cerca de un lugar de almacenamiento de la ayuda alimentaria.