El candidato oficialmente derrotado, Mirhusein Musavi, convocó a abandonar por un día el verde de su movimiento por el negro de duelo, a orar en las mezquitas y a recorrer el centro de las ciudades, en memoria de los caídos. Fueron entre 100.000 o 200.000 personas las que se reunieron en Teherán en el sexto día consecutivo de protestas reformistas. Para que no se olvide quiénes han muerto, para recordarles a los asesinos lo que hicieron. Y algún rescoldo de conciencia tiene que quedar en el régimen iraní porque, por primera vez esta semana, no había rastro de milicianos basijs . De alguna manera, ellos también han respetado el luto.

Muchos en la multitud sostenían carteles con imágenes o frases. El de Sajede destacaba porque no era más que una cartulina negra sin contenido. Ella vestía un atuendo luctuoso. Su rostro estaba cubierto con un tapabocas y grandes gafas de sol, como tienen y se ponen tantas opositoras, temerosas de sufrir represalias si son reconocidas. En ella tenían la función extra de ocultar su llanto.

Incansable, levantaba el misterioso cartel sin aceptar conversación ni ser retratada. ¿Qué clase de declaración estaba haciendo? Un amigo suyo, que prefirió no dar su nombre, explicó: "Todo el mundo se acuerda de los muertos visibles, de los que hay evidencia. Esta manifestación fue convocada para honrar a los muertos conocidos. Pero el fondo negro representa a tantos más de los que no se habla, que el Gobierno hace enterrar en tumbas sin nombre, en lugares desconocidos. Como los del dormitorio universitario".

IGNORADOS POR LA TELEVISION Los jóvenes denuncian que la noche del sábado pasado, al concluir la primera jornada de denuncia contra el fraude electoral, matones de las milicias basijs atacaron una residencia estudiantil y dispararon contra varias personas, de las que entre cinco y siete murieron. Cuando el periodista Robert Fisk, del diario británico The Independent , acudió ahí el lunes, fue testigo de cómo la policía levantaba a golpes la protesta de los compañeros de los asesinados.

Ni el Gobierno ni la prensa iraní han mencionado el caso. Fue en la oscuridad, en un golpe sorpresa, no hay pruebas. Es diferente cuando se da el caso contrario, el de un exceso de evidencias. La prensa internacional, gran parte de ella ya expulsada del país, ha destacado el importante papel de Twitter y Facebook en la organización y difusión del movimiento opositor, pero se ha hablado menos de los teléfonos móviles y las cámaras de bolsillo: a los policías antimotines y los milicianos basijs les han robado la tranquilidad de poder partir cabezas sin quedar digitalizados en el acto. La gente se acerca a pedirles a los extranjeros que, por favor, lleven las imágenes de lo que sucede al mundo, que se sepa. Es casi superfluo que lo hagan, porque ellos mismos se han encargado de evadir la censura gubernamental saturando la red global con decenas de miles de fotografías y vídeos, tan sencillos como elocuentes.

La televisión los ignora. En sus cápsulas solo caben imágenes de destrozos real o supuestamente provocados por opositores. No se habla de las gigantescas manifestaciones, del orden y buen humor de los manifestantes, de cuáles son sus quejas, argumentos y demandas. Tampoco se presentan las ofensivas policiales, los golpes, los arrestos indiscriminados... Mucho menos los asesinatos.

Nada, por ejemplo, de los más de 100 opositores detenidos. El último, que se sepa, fue Ebrahim Yazdi, dirigente del movimiento ilegalizado Freedom Movement y exministro de Exteriores en el primer Gobierno tras la revolución islámica de 1979. Fue detenido ayer en un hospital. Nada tampoco de que a dos hijos del expresidente Rafsanjani, oponente de Ahmadineyad, se les impusiera la prohibición de salir del país.

RECORDATORIO La gente tiene que encargarse de darlos a conocer, entonces. Las imágenes que ocultan los medios iranís se multiplicaron por miles entre las manos de los manifestantes con toda su dolorosa elocuencia. Algunos las sostenían en alto mientras los demás se arremolinaban para mirarlas. Las menos terribles mostraban a basijs cubriendo a porrazos a personas indefensas, a motos que pasan por encima de un hombre y están a punto de abofetear a la mujer que sale en su defensa, a uno que dispara con una semiautomática desde una azotea... Las demás son de gente que acaba de morir a tiros, con la cabeza destrozada o el pecho abierto, y mucha sangre.

A los manifestantes no parecían faltarles lágrimas para llorar por cada uno de ellos.