En medio del inhóspito desierto sirio, mientras uno avanza por una angosta carretera en la que a tramos se atisba el muro infranqueable que levantó el Gobierno de Turquía a lo largo de la frontera, aparece, de la nada, la punta del iceberg de un enorme campo de refugiados. Colinda con la población de Ain Issa, en el norte de Siria, y, en su interior, en una sección acotada por un vallado a modo de celda, se agolpaban prisioneras del Estado Islámico (EI). Eran mujeres y sus hijos, de procedencia mayoritariamente europea, que fueron apresados por los kurdos.

El campo fue quemado hace pocos días, en el marco del bombardeo que Turquía llevó a cabo en el norte del país, y las mujeres escaparon de su confinamiento aprovechando la coyuntura del conflicto que asola esta región de Siria una vez más. En el 2018, tuve la oportunidad de ver este mismo campo, cuando apenas se sabía de la existencia de estas mujeres que abrazaron la causa yihadista, y entrevisté a varias procedentes de Europa, entre ellas, alemanas e italianas.

Uno de los casos que me llamó más la atención fue el de una mujer del EI de procedencia francesa con estudios universitarios y que hablaba dos idiomas además del materno. Contaba que ella se unió a los yihadistas junto a su pareja, también universitario, ambos de ascendencia magrebí. Aseveraba, entre otros argumentos, que el atentado de la sala Bataclan en París era propaganda del Gobierno francés.

APARATO DE PROPAGANDA / El ejemplo de esta mujer, que no dista en absoluto de los hombres y mujeres del Estado Islámico que he ido viendo antes y después, nos plantea varias cuestiones. La formación yihadista manejó la información de forma extremadamente eficaz hasta el punto de externalizarla para lograr la captación de nuevos adeptos y, además, interiorizarla en su Califato para garantizar un férreo control.

El EI es una organización terrorista que sofisticó y mejoró los procedimientos y métodos terroristas porque aprendió de los errores de Al Qaeda, principalmente el de fiar toda la fuerza de la organización a la figura de Osama bin Laden. Bin Laden era Al Qaeda y Al Qaeda era Bin Laden. El EI, por el contrario, creó una marca que va mas allá de quién sea su líder visible. Abu Bakr al Bagdadi, no nos olvidemos, fue el segundo que ostenta el liderazgo y solo apareció en dos de los más de 2.000 vídeos que la organización ha realizado estos últimos años. Al Bagdadi, que murió «como un perro» -según palabras del presidente estadounidense, Donald Trump- en una operación en la provincia de Idlib, no descabeza la organización, porque Al Bagadadi no era el Estado Islámico ni el Estado Islámico era Al Bagdadi. La fuerza de este mensaje es lo que atrajo a miles de combatientes y mujeres de Occidente, que decidieron abrazar la causa.

No existe un perfil único de los occidentales que han abrazado el yihadismo. Los hay fanáticos, religiosos, psicópatas o movidos por intereses meramente económicos. Pero si hubiera que destacar denominadores comunes, uno sería el carácter identitario y de pertenencia.

Posteriormente a aquella visita, he ido regularmente a los tres campos con mujeres del Estado Islámico detenidas y he podido hablar con muchas más estos últimos años. Recientemente con una española, Romina, de padre español y madre alemana. Ella forma parte del grupo que decidió unirse al Califato, en su caso de la mano de su marido.

Su historia arranca con la llegada a Siria, y termina en Baghouz (en el norte de este país) en marzo de este año, donde formó parte de las miles de yihadistas que se rindieron en la batalla donde el Califato dejó de serlo porque perdió el territorio y volvió a ser solo el EI de nuevo.

VOLVER A LA NORMALIDAD / «Yo quiero volver a vivir normal, aunque tenga que estar en la cárcel entre dos y seis años, creo. Pero yo acepto lo que sea para volver a mi vida normal», dice Romina para añadir: «Yo soy diferente, no soy como ellos. Quiero cambiar, estoy cambiando».

La española pide una oportunidad para expresar su arrepentimiento convencida de que lo que hizo «fue un error muy grande». Como otras muchas mujeres europeas captadas, ahora reniega de la causa. Ella se encuentra en el campo de Al Roj, en el Kurdistán sirio, donde las medidas de seguridad son más relajadas porque el perfil de las prisioneras lo permite, más parecido al de la propia Romina.

En el campo de Al Hawl, integrado en uno mayor, se ha reproducido el sistema del Califato. Separado por dos o tres puertas de seguridad, la sharia impera dentro del recinto y fuera las fuerzas de seguridad kurdas lo mantienen aislado del resto del campo poblado por refugiados iraquís y sirios.

La cobertura informativa del conflicto yihadista fue utilizada por la propia organización como un altavoz y un amplificador de su mensaje. Las palabras del jordano Abu Musab al Zarqawi, cabeza de Al Qaeda en el 2005, adquieren plena vigencia todavía hoy: «Y yo os digo: estamos en una batalla y más de la mitad de esta batalla está teniendo lugar en el terreno de los medios de comunicación. Es una batalla por ganar las mentes y los corazones de los miembros de la Umma [la comunidad de creyentes musulmanes]».