El asunto central no es la antipatía que despierta Julian Assange; tampoco su relación con Vladímir Putin ni su apoyo al procés. Tampoco su ego. El debate es la libertad de prensa, el derecho de los ciudadanos a conocer los secretos de sus gobiernos, sobre todo cuando nada tienen que ver con la seguridad, sino con la impunidad de aquellos que cometen crímenes o participan en redes de blanqueo y corrupción.

Más allá de su papel en la guerra sucia contra Hillary Clinton en las elecciones del 2016, que contribuyó a su derrota frente a Donald Trump, Assange fue un pionero en las filtraciones masivas que abrieron paso a otras como la de los Papeles de Panamá. Sin el precedente de Wikileaks no existiría Edward Snowden, que denunció una red de espionaje masivo de la Agencia Nacional de Seguridad de EEUU que afectaba a líderes amigos como Angela Merkel y a empresas que eran competencia de las estadounidenses.

Assange emergió el jueves de la embajada de Ecuador en Londres, donde ha pasado asilado casi siete años, transformado en un pope ortodoxo: barba y pelo blanco recogido en una coleta. Pende sobre él una petición de extradición a EEUU y una más que probable condena de un año en el Reino Unido por quebrar las condiciones de su libertad provisional. También tiene problemas en Suecia, donde varias colaboradoras le acusaron de abusos y violación en el 2010. Assange mantiene que las denuncias son parte de un montaje. Suecia cerró la investigación en mayo del 2017 por falta de avances, pero ahora no descarta reabrirla.

Wikileaks nació en el 2006 como organización periodística multinacional. Su especialidad es analizar y publicar grandes cantidades de documentos censurados o de acceso restringido relacionados con la guerra, el espionaje y la corrupción. Entre el 2008 y el 2014 recibió premios de periodismo y de derechos humanos. Si recordamos la definición de Orwell -noticia es todo lo que se quiere ocultar, lo demás son relaciones públicas- se puede decir que Wikileaks ha hecho un gran trabajo.

Su primer éxito tuvo lugar el 5 de abril del 2010. Divulgó un vídeo clasificado de secreto por el Ejército de EEUU. En él se aprecia cómo helicópteros Apache disparan contra un grupo de personas en un barrio de Bagdad en el 2007. Lo tituló Colateral Murder (Asesinato Colateral). Entre los muertos estaba el fotógrafo Namir Norr-Eldeen de la agencia Reuters. EEUU dijo que helicópteros dispararon contra un grupo de milicianos armados pero se negó a suministrar pruebas. En el vídeo no se ven armas. Todos eran civiles, dos de ellos niños. Fue un crimen de guerra.

Después llegaron los Papeles de Afganistán (91.000 documentos sobre la guerra entre el 2004 y 2010) y los Papeles de Irak (391.832 documentos) filtrados por Bradley Manning (hoy Chelsea), condenado a 35 años de prisión y perdonado por Obama antes de dejar la presidencia. ¿Qué es más patriota, callar ante los abusos o denunciarlos? ¿Es Snowden un canalla o un héroe?

Desconozco si Assange acabará ante un tribunal de EEUU, ni si se le puede condenar por revelación de secretos. Hay un precedente que le favorece: los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Es un caso similar al de Manning. Un funcionario contratado por el Pentágono, Daniel Ellsberg, harto de las mentiras oficiales decide filtrar miles de documentos secretos a The New York Times y The Washington Post. Demostraban que la implicación de EEUU en la guerra había empezado antes de lo admitido y que en esas fechas-finales de 1969- ya sabían que no podían ganarla.

El Gobierno de Richard Nixon trató de frenar su publicación, algo que logró con el Times pero no con el Post. El 30 de junio de 1972, el Tribunal Supremo decidió por seis votos contra tres que los intentos del Gobierno por impedir la publicación eran inconstitucionales. Diferenciaban entre el filtrador y los medios de comunicación. A Ellsberg no se le pudo condenar porque la instrucción policial fue un desastre.

Los abogados de Assange tendrán que demostrar que Wikileaks es un medio y no el filtrador (Manning). Será un debate interesante sobre las semejanzas y diferencias del periodismo en papel de los años 60 y 70 y el actual en el que las nuevas tecnologías e internet son cruciales. Nos jugamos mucho.

No será sencillo en la imprevisible América de Trump, un presidente que en su día alabó a Wikileaks y a su creador porque dañó a Hillary Clinton, y hoy afirma que no es su asunto, que es un caso para el fiscal general, William Barr, el mismo que ha desinflado el informe de Mueller sobre la pista rusa y ganar tiempo para su jefe de la Casa Blanca.