Sadam Husein no cuenta con un general invierno que le solvente la estrategia militar en el campo de batalla ante un enemigo omnipotente, pero los aliados le acaban de proporcionar una munición de gran calibre, casi tan efectiva como las armas de destrucción masiva: unas matanzas de civiles que acentúan el carácter ilegal de esta guerra, vendida por Estados Unidos como de liberación, y devenida una contienda sin justificación ni sentido --si alguna vez llegó a tenerlo--, en la que el tiempo empieza a correr a favor del dictador iraquí.

A los errores en la planificación militar del Pentágono al extender demasiado sus líneas de abastecimiento sin proteger a sus convoyes y a las prisas por lanzar una operación militar sin cobertura aérea ni suficientes soldados, se unieron ayer unas equivocaciones mucho más difíciles de justificar ante una opinión pública intrínsecamente opuesta a la invasión de Irak. Las masacres de civiles entierran la ficción de la guerra limpia y aséptica que los estrategas del Pentágono presentaban en sus manuales hace tan sólo dos semanas.

UNA FAMILIA DIEZMADA

Ayer, los 15 miembros de una misma familia que murieron por el impacto de un misil disparado desde un helicóptero Apache y otros 33 civiles que cayeron bajo las bombas de precisión pasaron a engrosar la lista de víctimas de la guerra pero, sobre todo, conmovieron a un mundo, que empieza a pensar que sólo tiene por delante más matanzas.

El día se había abierto con una polémica en la que se vio envuelto The Washington Post por la muerte de siete civiles, en su mayoría mujeres y niños, que se saltaron, según Washington, un control de carreteras de los soldados estadounidenses. La versión periodística difería de la oficial. Horas más tarde, otro conductor desarmado murió tiroteado en otro control.

Los oficiales justificaron el gatillo fácil de las fuerzas desplegadas por el temor a las tácticas terroristas, eufemismo con el que se define la resistencia numantina de los iraquís. El pasado sábado murieron cuatro militares por la explosión de un taxi que se abalanzó sobre un control en Najaf y el vicepresidente iraquí, Taha Yasin Ramadán, se pavoneó ayer de disponer de una legión de 3.000 extranjeros dispuestos a inmolarse. El llamamiento de Sadam a la yihad, leído por un ministro en la televisión, completó ese panorama apocalíptico de fingida guerra de religiones.

EL ASEDIO DE LAS CIUDADES

Con la perspectiva de que los enfrentamientos armados sigan cebándose en las ciudades y en sus alrededores, las posibilidades de que los civiles mueran a centenares se acrecientan. La Comisión Europea censuró ayer a las fuerzas invasoras por considerar que no se trataba de incidentes aislados. "Demasiados civiles han perdido ya la vida durante esta guerra", denunció Bruselas. Y es que asediar a cientos de miles de civiles en sus ciudades sin proporcionar ayuda humanitaria conlleva extraordinarios riesgos para esa población. Especialmente si se tiene en cuenta que el 60% de los iraquís sobreviven gracias a la ayuda internacional.

Los reporteros de la agencia Reuters, integrados en las unidades militares que operan en la zona central del país donde ocurrieron las últimas matanzas, insinuaron que la maquinaria bélica anglo-norteamericana, aparentemente detenida, se puso en marcha ayer.

HOSTIGADO POR LOS SUYOS

El estancamiento del frente y los errores desequilibran la balanza hacia el bando de Sadam y no es descabellado pensar que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, hostigado desde sus propias filas por altos responsables militares, tenga en su agenda la rápida reactivación del frente bélico para conseguir algún triunfo como la caída de una gran ciudad. Rumsfeld tiene prisa por desencallar a las tropas y, a la vez, desencallar su futuro político.

El diario The New York Times recogía ayer opiniones de comandantes en el campo de batalla que compararon sin ambages a Rumsfeld con Robert McNamara, el arquitecto de la guerra de Vietnam, y le reprocharon que hubiera optado "por una guerra barata", como definió los primeros 14 días de conflicto un coronel estadounidense. "Ya tiene lo que quería", dijo el oficial, que le recriminó a su superior no haber tenido arrestos para enviar más soldados.

Lo que querían Rumsfeld y el presidente estadounidense, George Bush, era terminar de un plumazo con Sadam Husein, pero pese a las bajas civiles, la cúpula del poder continúa intacta, indemne a los miles de toneladas de bombas lanzadas.