Matteo Renzi (Florencia, 1975) es un entusiasta de la Playstation. Este político progresista de 45 años, de aspecto pulido y algo presumido, disfruta con pasión de esta distracción que incluso, dicen quienes lo conocen, utiliza para rebajar la tensión durante las citas electorales. No obstante, en sus contiendas virtuales, difícilmente habrá podido imaginar la envergadura del reto de controlar la principal fuerza del centroizquierda, el Partido Democrático (PD).

Hijo de un militante de izquierda y casado con una maestra de primaria, Renzi ha tenido una carrera tan meteórica como accidentada. Exalcalde de Florencia, saltó en el 2013 a la política nacional como el 'desguazador', tras pedir una renovación generacional en el PD, nacido de las cenizas del Partido Comunista Italiano (PCI) y del ala más izquierdista de la hoy difunta Democracia Cristiana (DC). "Miserable", le contestaron.

En su recorrido político, no supo y no quiso esperar su turno, algo que le valió la enemistad de parte de la vieja guardia vinculada al PCI, en particular el exprimer ministro Massimo D’Alema, con quien la relación siempre ha sido más que fría.

EL REFERÉNDUM PERDIDO

En el 2013, con el PD en aprietos por una mayoría salida de las urnas que no garantizaba la gobernabilidad, apoyó primero a su compañero de partido, Enrico Letta, para hacerle caer menos de un año después.

Era febrero del 2014 y Renzi se convirtió entonces en primer ministro de Italia. Un cargo que abandonaría voluntariamente en diciembre del 2016, después de perder un reférendum sobre una reforma constitucional.

Comenzó así una caída hacia el abismo de la que Renzi todavía no se ha recuperado: varios sectores y personalidades de su partido le han abandonado para crear otras formaciones. Tanto es así que, durante la campaña electoral, ni siquiera se ha presentado como candidato a primer ministro —aunque lo sea, según los estatutos del PD—, en un intento, diríase, de despersonalización política.