«Brexit significa brexit y vamos a convertirlo en un gran éxito». Theresa May inició su mandato con ese compromiso. El tono era firme y desafiante. Bruselas tendría que ceder a las exigencias del Reino Unido. Tres años más tarde, May firmó ayer la carta de dimisión y se marcha entre lágrimas. «He hecho todo lo que he podido», declaró impotente, con la voz entrecortada, al anunciar la renuncia, hace unos días. La suya ha sido una larga agonía, con un sinfín de humillaciones públicas.

La credibilidad internacional del Reino Unido ha quedado hecha trizas entre tanto. El espectáculo de los británicos en las negociaciones con Bruselas ha sido bochornoso y en la UE terminaron por no creer a la premier. Al final, May era una figura penosa. Su legado para la historia será el de un enorme fracaso.

La tarea a la que se enfrentaba era casi imposible. Conjugar la negociación con Europa, cumplir con el resultado del referéndum y mantener la unidad en el Partido Conservador. Pero May cometió errores garrafales. A poco de ocupar el cargo empezó a ceder hacia la versión más extrema del brexit y del grupo ultraeuroescéptico en los tories. «Más vale que no haya acuerdo que un mal acuerdo para el Reino Unido», repetía.

«El acero de la nueva dama de hierro», proclamaba el Daily Mail. En lugar de buscar un consenso entre los tories y tender puentes hacia otras fuerzas en la Cámara de los Comunes, Theresa May atizó la discordia, perdió aliados y se granjeó enemigos.

IMPOSICIONES / En todo momento ignoró al 48% de los ciudadanos que habían votado por la permanencia o las reclamaciones de Escocia de un brexit más suave. En su afán por mostrar el control de la situación, se precipitó al imponer una fecha de salida, el 29 de marzo, que luego no pudo cumplir. Fijó líneas rojas infranqueables que carecían de realismo. Limitó sus propias posibilidades de maniobra. Acudió a Bruselas mal preparada, sin dominar las complejidades del entramado comunitario.

A una de las reuniones, su negociador para el brexit, David Davis, se presentó sin papel o documento alguno. Cuando May comprendió que la realidad era muy distinta a la versión triunfalista del brexit que había pregonado, optó por ocultárselo a los británicos.

SIN DON DE GENTES / En la huida hacia adelante cometió un error fatal. En junio del 2017 convocó elecciones anticipadas para reforzar la mayoría en la Cámara de los Comunes. La campaña fue presidencialista, centrada en la personalidad de una primera ministra sin don de gentes, fría y robótica. El eslogan un Gobierno fuerte y estable sonó como una burla al perder 13 escaños y la mayoría. Un castigo gratuito que ella misma se infringió. May pasó a depender del Partido Unionista Democrático, que finalmente boicoteó el acuerdo alcanzado con Bruselas.

La credibilidad y autoridad de la líder conservadora se fue desintegrando a partir de ahí. Poco después volvió a ser cuestionada su personalidad durante el terrible incendio de la torre de Grenfell, en el que murieron 72 personas. May visitó uno de los centros de la comunidad afectada, pero evitó reunirse con algunos de los supervivientes, mientras el líder de la oposición, Jeremy Corbyn, abrazaba a los miembros de las familias afectadas. Llovieron las críticas por su poca calidad humana.

TRISTES RÉCORDS / Finalmente ha sido el brexit el que la llevó a perder el apoyo de su gabinete. Durante su mandato, 36 miembros del Gobierno presentaron la renuncia, una cifra sin precedentes. En su haber tiene otro triste récord: en enero de este año, su acuerdo para el brexit fue rechazado en la Cámara de los Comunes por un margen de 230 votos, la mayor derrota parlamentaria infligida a un primer ministro británico. Para entonces su partido ya había presentado una moción de confianza contra ella, que falló. May perdió una segunda y tercera votación. Pretendió que hubiera una cuarta. El partido intentó cambiar las reglas internas para forzarla a marchar. Al final, tiró la toalla.

En su adiós, dijo que quien le sucediera, «él o ella, tendrá que encontrar un consenso en el Parlamento» que no logró. May deja sin resolver los problemas que encontró al llegar. Tres años perdidos. Su fracaso ha abierto la puerta además a otra fuerza política, el Partido del Brexit, de Nigel Farage, que amenaza con devorar a los conservadores.

May no hizo ayer ningún discurso ni declaración pública. La todavía premier comunicó su dimisión a través de una carta privada a los presidentes en funciones del llamado Comité 1922, que agrupa a los diputados conservadores sin cartera, Charles Walker y Cheryl Gillan.