Sedado, conectado a un respirador, en un coma inducido que durará al menos 48 horas, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, se debatía ayer entre la vida y la muerte mientras, a su alrededor, un país perplejo empezaba a hacerse a la idea de que el general que parecía invencible en todas las batallas --militares y políticas-- que ha afrontado Israel desde su fundación en 1948 puede abandonarles. "Debo admitir que, bajo las actuales circunstancias, no será posible que el primer ministro vuelva a su trabajo", dijo Shlomo Mor Yosef, el director del Hospital Hadassa de Jerusalén donde Sharon fue ingresado el miércoles para ser operado de un derrame cerebral durante nueve horas.

Sobreviva o no el que para muchos israelís es un héroe, y para muchos árabes un criminal de guerra, Israel y todo Oriente Próximo iniciaron ayer una nueva era.

En los pasillos del Hospital Hadassa, los sombríos rostros de los médicos y las decenas de personas que se concentraron hablaban del abandono emocional que la incierta suerte de Sharon genera en Israel. Según Mor Yosef aún es pronto para aventurar qué secuelas sufrirá el primer ministro si se despierta de la sedación a la que se verá sometido como mínimo durante las próximas 48 horas. Por el momento, los médicos califican su situación de grave pero estable y como elemento para el optimismo, señalaron que sus pupilas responden a los estímulos y que su cerebro y su corazón funcionan de forma independiente. No obstante, subrayan que ha sufrido un "inmenso daño cerebral".

Neurocirujanos citados por la prensa dijeron que las posibilidades de sobrevivir a un derrame así son escasas y, de hecho, los médicos tuvieron que desmentir rumores de su muerte.

En primera instancia, las instituciones israelís han reaccionado con eficacia, aplicando lo previsto por la ley básica. El número dos del Gobierno, Ehud Olmert, asumió de forma interina el cargo de primer ministro, celebró una reunión de urgencia del Gobierno y se apresuró a afirmar que las elecciones generales convocadas para el próximo 28 de marzo se celebrarán tal como estaba previsto. Olmert ha asumido todos los poderes de Sharon y, en otro esfuerzo de probar que no existe un vacío de poder, una de sus primeras decisiones fue reunirse con los responsables de las fuerzas de seguridad.

NUEVO PARTIDO Otro asunto es el inmenso desconcierto que crea la ausencia de Sharon, apenas unas semanas después de haber fundado un nuevo partido centrista, Kadima, al que todas las encuestas daban como ganador en los comicios de marzo.

Era después de esa cita con las urnas cuando Sharon había declarado que pretendía cumplir su "sueño": fijar las fronteras permanentes de Israel a cambio de algunas "dolorosas concesiones", similares a la evacuación de las colonias de Gaza. No llegó a detallar su plan, pero sí dejó entrever que, con el apoyo de la Casa Blanca, pretendía desmantelar asentamientos aislados de Cisjordania a cambio de mantener los grandes bloques de colonias, siguiendo probablemente el trazado del muro ilegal, y mantenerse inflexible respecto a Jerusalén. Muy poco para los palestinos, condenados probablemente a un estado inviable que no cumpliría la legalidad internacional, y demasiado para la derecha israelí, que lo acusaba de rendirse al terrorismo.

Todo ello se echaba encima de su corpachón. Sharon, ayudado por su legendaria testarudez y su privilegiado olfato político, que lo habían convertido a ojos de los israelís en el único hombre capaz de interpretar lo que realmente necesita Israel, más allá de los sentimientos encontrados que generaba o de la corrupción que lo salpicó hasta el mismo día en que sufrió el derrame. Ahora que lucha por su vida en el Hadassa, a la preocupación por su salud se une en los israelís un sentimiento de desamparo político similar al que sufrieron los palestinos cuando murió Yasir Arafat.