El alto el fuego pactado el pasado 5 de marzo entre Turquía y Rusia para el noroeste de Siria no ha puesto fin a la grave crisis humanitaria en la que se encontraban los alrededor de 3,5 millones de personas que viven en esta zona del país, último bastión de los rebeldes que se alzaron en armas contra el presidente, Bashar al Assad, hace nueve años.

Aunque, según Médicos Sin Fronteras (MSF), tanto la intensidad de los combates como la escala del movimiento de población han disminuido desde entonces, la «desesperada situación» de la población no se ha visto alterada. Según datos de la ONU, desde el pasado 1 de diciembre casi un millón de personas se han visto desplazadas por la ofensiva de las fuerzas sirias apoyadas por Rusia sobre Idlib y las zonas aledañas aún bajo control rebelde.

«El reciente alto el fuego en el noroeste de Siria no significa que las condiciones de vida en todos los campos (de desplazados) hayan mejorado o que la gente haya regresado a sus casas», advierte el coordinador de campo para el noroeste de Siria de MSF, Cristian Reynders. Al contrario, añade, «no solo casi un millón de personas todavía viven en el frío en la actualidad, sino que muchos lo hacen en condiciones insalubres».

Además de ello, los desplazados también se enfrentan a las gélidas temperaturas invernales. «Este es solo uno de los factores que complican una situación ya de por sí increíblemente difícil y dramática», subraya el responsable de MSF, que recuerda que «algunos están tan desesperados que están usando materiales peligrosos para calentar sus tiendas de campaña». Para contrarrestar este problema, MSF ha distribuido más de 300 toneladas de material para calentar a más de 22.000 personas y también ha distribuido otros materiales básicos como kits de higiene y colchones.