Mientras llega el momento de elegir al nuevo pontífice, el bazar que se despliega en las inmediaciones del Vaticano exprime a fondo la popularidad del último Papa. El testamento de Juan Pablo II se vende a un euro en las tiendas de souvenirs y los escaparates de las librerías semejan bibliotecas especializadas en la figura de Karol Wojtyla. Hasta los acuarelistas que exponen a orillas del Tíber han introducido al Pontífice entre los motivos de su inspiración.

La imagen del Papa polaco aparece en platos, pines, cucharas, puntos de libro, llaveros, crucifijos, pisapapeles, postales, pergaminos, puzles, rosarios, incluso los que están confeccionados con madera de olivo de Galilea, pósters, bolsas de playa, calendarios, fotos y agendas. Los bustos de Juan Pablo II, de diferentes tamaños, compiten con los de Moisés, Julio César, Nerón y Marco Aurelio, y se ponen a la venta junto a las camisetas de las vacas sagradas del calcio , como Del Piero y Totti. La mayor parte de las esculturas son de yeso, pero los vendedores prefieren llamarle "pulpa de mármol".

El padre Apeles

En el interior de las librerías de la Via Concilliazione se ha hecho un hueco un manual de vida efímera: Qué pasa cuando muere el Papa , del sacerdote, periodista y abogado barcelonés José-Apeles Santolaria de Puey y Cruelles, al que los televidentes españoles conocen de forma más prosaica como el padre Apeles.

A los restaurantes del Borgo Pio, una calle que conduce al Vaticano, tampoco les va mal. Uno de los papables latinoamericanos, el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera, almorzaba ayer en Da Roberto, uno de los comedores predilectos de los eclesiásticos, donde servían una lasaña mediocre entre los platos del día en sus manteles verdes.

Un lustroso Mercedes negro llevó al príncipe de la Iglesia desde la cercana aula del sínodo del Vaticano, donde 138 cardenales celebraron la penúltima sesión preparatoria antes de entrar en el cónclave, hasta el vecino comedor de techo abovedado, que cuenta con cuatro puertas de acceso y unos pocos recovecos en su interior para evitar a los curiosos.

Se supone que el gran inquisidor , el decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, ha prohibido a los purpurados que hablen con los periodistas, pero detrás de Rivera no tardó en entrar Filippo di Giacomo, un sacerdote y periodista asiduo a los programas elaborados por la RAI con motivo de la muerte del Papa, donde ha venido apareciendo junto a la española Paloma Gómez Borrero.

La proximidad del cónclave llevó ayer a empleados de los electores a jurar que observarán el secreto. La primera fumata, se supone que negra, sobrevolará los tejados del Vaticano a las 19 horas del lunes.