"Yo soy el gendarme de la democracia", dice Elso Tedesco, que trabaja en las áreas logística y operativa de las elecciones argentinas desde 1952. A los 70 años, Tedesco asegura saberlo "todo sobre una elección".

Entre su primera experiencia y las 500 restantes (escrutinios nacionales, provinciales y legislativos), pocas cosas han cambiado. Antes, las urnas eran de madera. El salto hacia la modernidad ha sido acotado: ahora son cajas de cartón (unas 60.000), que son entregadas a cada mesa electoral con las papeletas, los sobres, las hojas con el padrón, las actas de apertura, cierre y escrutinio, el sello y la tinta para la emisión del voto, los bolígrafos y otros formularios que necesitan los fiscales de mesa.

Para los argentinos, las urnas electrónicas --utilizadas con éxito en Brasil y Venezuela, y que debutaron hace 24 horas en Paraguay-- son, por ahora, ficción. Es más: la ley electoral no contempla su uso. Pese a esta carencia, el Gobierno ha tildado de éxito el simulacro de escrutinio, descartando eventuales irregularidades, como también dice Tedesco.

CONTRADICCIONES

Sin embargo, el problema no es el peligro de fraude, sino, según el diario Página 12 , la contradicción entre las primeras elecciones posmodernas de la historia argentina y un sistema electoral premoderno, el más vetusto de toda la zona: coexisten adelantos tecnológicos en la transmisión y difusión de los datos, con arcaicos métodos de captura y registro.

Un lento trabajo manual antecede al procesamiento informático del escrutinio provisional, a cargo de la empresa española Indra. Y entonces aparecen otros problemas: el programa rechaza las actas electorales en las que no se entienda la firma de una autoridad de mesa o si encuentra otros defectos. Esos votos son resueltos por la Junta Electoral y los apoderados de los partidos: a veces hay acuerdo, pero puede ocurrir lo contrario.

En virtud de las distancias milimétricas que, dicen las encuestas, separan a los candidatos favoritos, nadie se atreve a pronosticar qué día de la semana se conocerán los resultados. "¿Quién será antes el primero en cantar victoria y salir a la calle a festejarla?", era la pregunta más escuchada (y temida) ayer. En medio de ese farragoso proceso, el síndrome de Miami (lo ocurrido en las elecciones de EEUU que terminaron favoreciendo a Bush) puede ser un cuento de hadas.