Caen las estatuas de los rebeldes esclavistas y de los artífices de la conquista colonial de América. Se prohíben las banderas confederadas en las carreras del Nascar. Y hay propuestas legislativas para rebautizar las bases militares consagradas a los comandantes de los estados sureños que trataron de independizarse para mantener sus regímenes esclavistas. Todo se mueve muy rápido en EEUU desde que cientos de miles de personas se echaran a las calles para protestar contra la brutalidad policial y el racismo estructural tras la muerte de un afroamericano en Mineápolis. Unos vientos de cambio que han llegado también a las instituciones de la sociedad civil, donde empieza a gestarse una rebelión contra las inequidades y la discriminación que anidan en su seno.

Nadie le ha puesto nombre, pero la nueva dinámica se parece mucho a lo que sucedió con el #MeToo, el movimiento para denunciar el machismo y los abusos contra las mujeres. En unos días parece haberse perdido el miedo a condenar ciertas actitudes. La corriente no está exenta de críticas por los riesgos que representa para la libertad de expresión o las voces que ven en ella un intento de borrar la historia, particularmente en lo que concierne al derribo de las estatuas.

SACUDIDA EN LA PRENSA / Las turbulencias han sacudido de pleno a la prensa, un sector donde solo el 17% de sus reporteros pertenece a alguna de las minorías del país, según el Columbia Journalism Review, cuando representan más del 40% de la población. La semana pasada tuvo que dimitir el jefe de opinión del New York Times por autorizar un artículo del senador republicano Tom Cotton en el que llamaba a desplegar a los militares para sofocar las protestas con una «demostración arrolladora de la fuerza». Copiando a Trump, Cotton describió a los manifestantes como «saqueadores» e «insurrectos» y dijo que «los antifascistas» se habían infiltrado en las protestas, en contra de lo publicado por el diario días antes. El artículo soliviantó a la redacción, que acusó al jefe de opinión de poner en peligro la vida de los manifestantes y sus reporteros negros. En The Philadelphia Inquirer dimitió su editor, después de que el diario publicara en portada un artículo que establecía una equivalencia entre los afroamericanos asesinados por la policía y el vandalismo contra la propiedad. «Los edificios también importan», decía el titular.

Las redes sociales llevan también tiempo entre la espada y la pared por los contenidos que se publican. Esta semana dimitió de la junta directiva de Reddit su cofundador Alex Ohanian, que ha sido reemplazado por el primer ejecutivo negro en el consejo de la compañía. Un paso que llegó después de que la exconsejera delegada del chat, Ellen Pao, acusara a Reddit de «monetizar día sí y día también el supremacismo blanco y el odio» que copa alguno de sus foros.

Menos voluntaria ha sido la salida del fundador de CrossFit, una cadena de gimnasios con 6.000 sucursales en EEUU. Su caída en desgracia llegó después de que se filtraran una conversación con sus asociados en la que se rebeló contra la solidaridad de otras empresas hacia las protestas.

Para las grandes empresas el momento es delicado. La diversidad en sus cuadros deja bastante que desear, particularmente en los puestos directivos, como demuestra que entre las mayores 500 corporaciones del país solo cuatro tienen al frente a un afroamericano. Ha habido donaciones y gestos, pero la cuestión es si serán flor de un día o la rampa de despegue de los cambios profundos que reclama buena parte de la ciudadanía.