Como en los demás países latinos, en México política y fútbol son dos pasiones que parecen una sola. Por eso se sintió que un Brasil descortés negara la cereza del pastel. O que la selección nacional no hacía suficiente por arrancársela. Ya había vencido al campeón del mundo, ya los ciudadanos habían descabezado al PRIAN, como apodan sus críticos a los partidos que denuncian como bicefalia del sistema, el PRI y el PAN. “Mundial hay cada cuatro años, y partidos, cinco al día”, expresó en voz alta una de las comensales en un café capitalino, que se apresuraba para llegar a su trabajo dos horas tarde, como tantos mexicanos, porque el encuentro entre Brasil y México empezó a las 9 de la mañana, hora local. “En cambio un triunfo como este, solo se da una vez en la vida”, concluyó al salir.

Ésta fue la crónica de una sorpresa anunciada. Los resultatos consolidados de las encuestas marcaron con ritmo y claridad el avance de Andrés Manuel López Obrador en la campaña. El gasto de cientos de millones de euros de sus contrincantes, Ricardo Anaya (Partido Acción Nacional, PAN) y José Antonio Meade (Partido Revolucionario Institucional, PRI) resultó incapaz de hacerlos crecer en preferencias, en tanto que López Obrador parecía no llegar a su techo.

Avalancha

Los sondeos, sin embargo, existen en el mundo de lo inmaterial y parecía imposible que un sistema fundado en pucherazos se resignara a reconocer la victoria de su opositor más tenaz. La incredulidad se acentuó cuando a las 9 de la noche del domingo, dos horas antes de que el presidente de la autoridad electoral, Lorenzo Córdova, anunciara las primeras tendencias, Meade se presentó a admitir su derrota. Anaya lo siguió: la aparición del árbitro solo sirvió para confirmar lo que los jugadores ya habían sentenciado.

Mientras decenas de miles de mexicanos salían a las grandes plazas a celebrar -López Obrador habló primero en un hotel y luego en la gigantesca plancha del Zócalo-, el goteo de cifras sorprendía todavía más: AMLO aventajaba al segundo por más de 30 puntos.

Victoria abrumadora

La mañana del lunes trajo más datos de una victoria contundente, abrumadora, una ola que arrasó el país: López Obrador ganó en 31 de los 32 estados, incluidos muchos en donde la izquierda siempre había sido marginal, con votaciones inferiores al 5%. Solo se le negó Guanajuato y había dudas en Nuevo León.

Además, los candidatos de su coalición “Juntos haremos historia” demostraron ser capaces de surfear con éxito la avalancha de agua: con datos preliminares a las 12 de la mañana del lunes (61% de los votos contados), conquistaron 5 de las 9 gubernaturas en disputa, incluida la de Ciudad de México; las senadurías de 25 de los 32 estados; y 221 de los 300 diputados de mayoría.

Composición del Congreso

Un complejo sistema que incluye legisladores plurinominales y senadores de minoría obliga a esperar para conocer la composición final del Congreso, pero todo indica que López Obrador contará con la primera mayoría legislativa absoluta en dos décadas, lo cual no había ocurrido desde 1997. De hecho, el último presidente que llegó al poder con más del 50% de los votos fue Carlos Salinas de Gortari, en 1988, montado en un gran fraude electoral.

Esa fecha es clave: Cuauhtémoc Cárdenas, predecesor de AMLO como baluarte de la izquierda, encabezó el primer gran movimiento de rechazo al PRI -que había sido partido hegemónico desde 1929- pero le arrebataron el triunfo de mala manera.

Protesta de varios meses

También AMLO condujo una protesta de varios meses por otro pucherazo en su contra, en la primera de las tres veces que compitió por la presidencia, en 2006. En ese momento perdió por 0.5%, según el dato oficial.

“Ahora no tenían de otra más que reconocer su triunfo”, dice Arnulfo Vázquez, periodista que va contra la corriente al apoyar a Brasil durante el partido. “Pero el daño está hecho y bien hecho. Hace mucho que México quería un cambio de verdad, pero lo postergaron a base de fraudes. Lo postergaron 30 años”.

Derrota en 71 años

La idea del “cambio de verdad” se origina en que, desde la perspectiva de la izquierda, PRI y PAN son las dos expresiones políticas principales del mismo proyecto neoliberal. Cuando el PRI perdió la presidencia en el 2000, por primera vez en 71 años, colaboró con el PAN en sostener el modelo económico, hasta que el PRI retornó en 2012.

Ahora, ambas organizaciones enfrentan la tórrida resaca poselectoral. Nunca, como ahora, el PRI perdió todas las guberturas en disputa. Y el PAN quedó muy lejos de sus objetivos. Sus procesos internos para definir candidatos fueron abundantes en golpes bajos, exclusiones, renuncias e incluso expulsiones. Ahora a los que en ese momento se impusieron los vencidos les van a exigir cuentas. Huele a sangre en esos ruedos en un México que ha apostado, finalmente, por hacer otra revolución.