Después de 41 días de ocupación armada de un refugio federal de fauna salvaje en Oregón, el último de los ocupantes se entregó el jueves a los agentes del FBI al grito de “Aleluya”, no sin antes comerse una última galleta y encenderse un cigarrillo. Fue el final surrealista de más de una hora de negociación con las autoridades que su protagonista, David Fry, de 27 años, retransmitió por Youtube a unas 30.000 personas conectadas al otro lado.

Fry amenazó primero con suicidarse, diciendo que tenía una pistola apuntada a la cabeza (“moriré como un hombre libre”) y, entre medio, dio rienda suelta a una letanía de ansiedades. Acusó al Gobierno de estar “mutando químicamente a personas”, habló de fugas radioactivas y de ovnis. Al final se entregó sin que los agentes dispararan una sola bala.

El drama de Oregón ha sido la última demostración de fuerza de lasmilicias antigubernamentales que florecieron en Estados Unidos tras la llegada al poder de Barack Obama, el primer presidente negro y uno de los más liberales, un hito que coincidió con la segunda peor crisis económica del último siglo.

De las 42 milicias que había en 2008 se pasó a 334 en 2011 para quedar actualmente en 202, según el Southern Law Poverty Center (SPLC). Todas ellas forman parte del llamadomovimiento Patriota, una coctelera que incluye desde insumisos fiscales a supremacistas blancos o vigilantes de la frontera. Aunque desconfían de su propia sombra y raramente coordinan sus acciones, tienen en común la aversión hacia un Gobierno que consideran tiránico, la adhesión a las teorías conspiratorias y una visión apocalíptica del futuro.

DOS DEMANDAS

Como la mayoría de sus compañeros, Fry no era de Oregón. Había conducido durante más de 30 horas desde Cincinnati (Ohio) para unirse a la ocupación organizada por Ammon Bundy en el refugio de Malheur. Bundy es un activista antigubernamental de Nevada que se hizo famoso hace un par de años después de que su padre (Cliven Bundy) movilizara a una milicia similar para enfrentarse a las autoridades que le reclamaban más de un millón de dólares por utilizar sin permiso durante décadas unos terrenos federales para que pastaran sus vacas.

En Oregón se atrincheraron al menos tres docenas de radicales. Tenían dos demandas: la puesta en libertad de dos granjeros condenados a penas de cárcel por provocar un incendio en unos terrenos públicos, y la transferencia a las administraciones locales y estatales de la gestión de los bosques federales.

Este último asunto resuena con fuerza en las comunidades rurales del Oeste, donde la burocracia del lejano Washington controla buena parte de la tierra (el 53% en Oregón; el 85% en Nevada). Pero lo que podría ser un agravio legítimo está siendo utilizado por la extrema derecha para ventilar sus obsesiones a punta de pistola.

“Estos grupos vienen de fuera. Buscan disputas locales para capitalizarlas y lanzar su mensaje bajo la falsa premisa de que los federales son incapaces de gestionar la tierra, por lo que debería abrirse al público para que la explote libremente”, dice Eric Ethington, director de comunicaciones de Political Research Associates, una organización dedicada a monitorizar a la extrema derecha.

Cuando se sale de las comunidades más prósperas, América es un país durísimo, de infraestructuras decrépitas y economías abandonadas a su suerte. “Estamos viendo recortes masivos de servicios en el entorno rural, incluso en los cuerpos de bomberos y la policía. Cuando alguien llama a la policía en un pueblo de Oregón puede tardar horas en venir. Ese vacío está propiciando el auge de las milicias patriotas”, dice Ethington.

GUANTE BLANCO

Con distintos nombres y matices, ese movimiento lleva cuatro décadas protagonizando periódicamente violentos enfrentamientos con el Estado. Como en Ruby Ridge (Idaho) o Waco (Tejas), donde murieron 76 miembros de la secta apocalíptica de los davidianos en 1993. O dos años después en Oklahoma (1995), donde dos terroristas antigubernamentales volaron un complejo de edificios federales matando a 186 personas. Desde entonces el FBI ha cambiado de estrategia y prefiere negociar con estos grupos a enfrentarse a ellos, un tratamiento de guante blanco que, según muchos observadores, ha hecho que se crezcan.

Así sucedió en el rancho de Nevada de Cliven Bundy. Después de que su milicia plantara cara durante meses a las autoridades, el conflicto se desactivó sin que su líder fuera arrestado u obligado a pagar sus deudas. (Bundy fue detenido hace unos días cuando pretendía unirse a la protesta de Oregón liderada por su hijo. Otro de sus miembros murió a manos de la policía cuando se negó a detenerse en un control de carreteras).

El extremo cuidado que se tiene con la ultraderecha blancacontrasta con la dureza que se aplica hacia movimientos negros de protesta no violenta como Black Lives Matter. “A ellos les mandan la Guardia Nacional y policía militarizada. Si eres negro o musulmán se te trata con mucha más hostilidad”, denuncia Ethington.

Lejos de ser una anécdota residual, la paranoia y el lenguaje de los grupos antigubernamentales se ha insertado en el retórica de la derecha respetable. Aunque ningún candidato republicano a la Casa Blanca apoyó a la insurgencia de Oregón, diversos candidatos comoTed Cruz, Donald Trump o Ben Carson fustigan constantemente la “corrupción”, la “incompetencia” o “los abusos de poder del Gobierno”.

Tienen una audiencia muy receptiva porque aunque la mayoría de estadounidenses no se pasen los fines de semana entrenando para laguerra de guerrillas porque piensan que les van a quitar las armas e internarlos en campos de concentración, Washington y el Gobierno son palabras tóxicas en esa América inmensa y un caladero seguro de votos.