No es necesario rastrear a conciencia el norte de Irak para conseguir llegar a alguna de las posiciones que la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) mantiene desplegadas a lo largo de la frontera con Turquía. En las cumbres que rodean la ciudad fronteriza de Zakho, medio kilómetro carretera arriba a partir de un pequeño poblado de montaña cuyo nombre es preferible no desvelar por obvias razones de seguridad, el comandante Cawah lidera un puesto militar del PKK, campamento que lleva allí instalado desde hace años con la aparente tolerancia de todos, lugareños y autoridades del Kurdistán autónomo iraquí incluidas.

El lugar parece bien aprovisionado, emplazado en la ladera de un monte y protegido adecuadamente de los disparos de la artillería turca. Se accede a él tras ascender a pie unos centenares de metros por un sendero de tierra que comienza en la calzada de la carretera y que está flanqueado por arbustos. Cuenta con un depósito de agua para aprovisionar a los milicianos y, a pocos metros, una tienda de campaña cubierta con tela de camuflaje y ropa interior masculina extendida sobre los matorrales para secarse al sol. La aparente comodidad de la base no esconde la dureza a la que deberán enfrentarse los milicianos kurdos en los meses venideros. "Aquí, durante el invierno, la nieve nos llega hasta la cintura", explica su comandante.

SUPERAR LA DESCONFIANZA Con todas las alertas encendidas debido a la inesperada visita de unos periodistas extranjeros que no portan carta de presentación alguna del PKK, y tras consultarlo por radio con sus superiores, Cawah accede a recibirnos, a tomarse con nosotros un té y a charlar un rato. "Pero nada de fotos ni cámaras; solo un té", advierte. Cawah nos observa con atención. A medida que avanza la conversación, va superando la desconfianza inicial. Mohamed, tendero de confesión cristiana huido de Bagdad y residente ahora en la cercana aldea, hace las veces de traductor, alternando el árabe con un rudimentario inglés. Y trampeando entre ambos idiomas, una conversación entre periodistas y milicianos kurdos, a priori imposible por la falta de intérprete o idioma común, se convierte en un diálogo fluido en el que el comandante Cawah desgrana sus motivos para llevar 17 años en las montañas del Kurdistán enfrentándose a uno de los ejércitos más poderosos del mundo: el turco.

"No somos terroristas, solo luchamos por nuestra libertad", responde, mientras sonríe cuando se le recuerda que su grupo ha sido etiquetada en Occidente de terrorista . "Ustedes, los periodistas, vienen aquí cuando matamos a los soldados turcos, pero yo les digo: ¿por qué los diarios de Europa no escriben acerca de nuestro líder, Abdulá Ocalan, encarcelado desde hace años en Turquía?", lamenta.

La conversación es seguida por tres milicianos. Vestidos con típicos uniformes de peshmerga (combatiente kurdo) y armados con kalashnikovs, apuran sus tés. El ruido del motor de un vehículo interrumpe la conversación y atrae la atención del comandante, que ordena algo a uno de sus hombres, que abandona de inmediato la reunión.

LIDER EN LA ZONA Cawah tiene 37 años. Su cojera demuestra que en el pasado mantuvo un enfrentamiento con soldados turcos en el que dejó la pierna derecha. Pero ha conseguido que los habitantes de la región le consideren un líder, una suerte de protector cuya autoridad nadie discute. Con todo, las relaciones de los milicianos del PKK con otros peshmergas , los del Partido Demócrata del Kurdistán, en el poder en el Kurdistán iraquí y atrincherados en un control carretera abajo, son tensas. "Solo pueden entrar en territorio del PKK si vienen desarmados", resume Mohamed.