Sus últimas palabras en libertad fueron premonitorias: "Voy a la oficina de Malinovski... pero todavía no sé si en calidad de huésped o de prisionero".

En enero de 1945, el mariscal Rodion Malinovski se hallaba al mando del II Frente Ucraniano del Ejército Rojo, que asediaba la ciudad de Budapest. Y el invitado en cuestión era Raoul Wallenberg, un diplomático sueco, miembro de una aristocrática familia del país escandinavo, quien había llegado a Hungría acreditado como diplomático el verano anterior con la misión de salvar al mayor número posible de judíos locales de ser deportados a los campos de concentración nazis y exterminados.

Raoul Wallenberg.

Wallenberg nunca regresó de aquella cita. A los pocos días, fue enviado en tren a Moscú vía Rumanía e internado en la Lubianka, los cuarteles generales de la inteligencia soviética, donde compartió celda con Gustav Richter, un preso nazi. A partir de ahí, se pierde el rastro del diplomático sueco, que fue declarado oficialmente muerto por su país en el 2016.

Nuevo revés

La familia de Wallenberg acaba de recibir un nuevo revés en sus intentos de esclarecer lo que sucedió realmente con su allegado. Este martes, la justicia rusa ha considerado que se ajusta al derecho el rechazo del Servicio Federal de Seguridad (FSB), heredero del KGB, a abrir sus archivos a investigadores independientes que puedan determinar el periplo del diplomático sueco en su estancia en prisión.

El FSB alegaba que difundir el dosier de Wallenberg implicaría la divulgación de informaciones sobre sus compañeros de celda, lo que podría incomodar a sus familias. Y asegura que los demandantes pueden esperar hasta el 2022, cuando acabará el periodo legal de 75 años de prohibición de revelar datos sobre prisioneros.

La suerte de Wallenberg

Restan un sinfín de preguntas que responder sobre la suerte que corrió Wallenberg. En 1957, la URSS difundió un documento firmado por el jefe de la enfermería en el que se aseguraba que el diplomático había fallecido de una crisis cardiaca en su celda. Con los vientos de la 'perestroika', una investigación gubernamental rusa encabezada por el historiador Vyacheslav Nikónov estipuló que había sido ejecutado por envenenamiento. En el 2000, Aleksándr Yakovlev, uno de los artífices de la democratización bajo Mijaíl Gorbachov, llegó a la misma conclusión, aunque en su caso cree que fue fusilado.

Otras versiones más apócrifas sostienen que fue visto en un campo de tránsito en dirección al Gulag, y que incluso fue visto por testigos en reclusión en los años 60.

Durante el medio año que permaneció destinado en Hungría, salvó a decenas de miles de judíos de la deportación, emitiéndoles pasaportes, dándoles cobijo en edificios considerados como parte de la representación diplomática sueca, y sobornando a altos funcionarios y dirigentes alemanes y húngaros para que considerasen válidos los documentos emitidos.

Contactos con EEUU

Wallenberg ha sido nominado en dos ocasiones para el premio Nobel de la Paz, cuando éste aún podía otorgarse a título póstumo. Numerosos países han puesto su nombre a calles. Israel le ha concedido la ciudadanía de honor y Yad Vashem, el centro para recordar el Holocausto, le ha concedido el título de 'Justo entre las Naciones'. En 1991, el rey Gustavo inauguró un monumento en su honor en Suecia.

Sello postal canadiense en homenaje a Wallenberg.

En este periodo transcurrido, han salido a relucir sus contactos con la inteligencia norteamericana, como oficial de enlace con la resistencia húngara. Sin embargo, los historiadores descartan que estas actividades expliquen por completo el interés que despertó Wallenberg entre los ocupantes soviéticos de Hungría al final de la segunda guerra mundial, y el secreto que envuelve a su desaparición.