John Bercow deja hoy el cargo de presidente de la Cámara de los Comunes. El speaker, que con el grito de «¡order! ¡order!» ha tenido a raya a varios gobiernos, se marcha después de 10 años de combate. Modernizador de una institución aferrada a las tradiciones como es Westminster, el suyo ha sido un mandato que deja huella en la historia parlamentaria del Reino Unido.

Dotado de un vozarrón imponente, réplica cortante e inapelable y la piel dura para aguantar los dardos enemigos, Bercow ha sido un defensor a ultranza del derecho de los diputados a pedir cuentas al Ejecutivo y cuestionar sus propuestas. Pocos hubieran podido manejar un periodo de tal inestabilidad, tensiones y enfrentamientos como al que le ha tocado.

Durante el largo forcejeo del brexit, su papel ha sido determinante para que la voluntad de la Cámara se impusiera, a Theresa May primero, y a Boris Johnson después. Por eso, y por otras intervenciones controvertidas, como cuando dijo que el presidente de EEUU Donald Trump no era bienvenido y no merecía dirigirse al Parlamento, le han acusado de no respetar la neutralidad que conlleva su misión y de extralimitarse en sus funciones. Aunque diputado conservador, su propio partido intentó apartarle del cargo en el 2015 y se salvó gracias al apoyo de los laboristas.

Ayer, en la última sesión de control al Gobierno antes de la disolución para celebrar los comicios del 12 de diciembre, entre bromas y puyas, Johnson afirmó que Bercow ha hecho «más que nadie, desde Stephen Hawking, por alargar el tiempo en esta sesión (parlamentaria) en particular». Sobre la década en el puesto, un periodo algo más prolongado de lo habitual, Johnson afirmó que la del speaker era «la retirada más larga desde Frank Sinatra». El líder laborista Jeremy Corbyn, en tono más sobrio, alabó su gran esfuerzo para «reformar esta Cámara de los Comunes». «Nuestra democracia es más fuerte gracias a la forma en que ha actuado», añadió.

JUVENTUD DE DERECHAS / Hijo de un conductor de taxis, Bercow iba para tenista profesional, pero el asma se lo impidió. Fue un joven muy de derechas, pero se fue deslizando hacia un centrismo liberal del que ya no queda en su partido. El lado más negro de su vida profesional han sido las alegaciones de dos de sus empleados, que le acusan de malos tratos, gritos e intimidación física. Los hechos, ocurridos hace años, se han investigado sin conclusión alguna.

Nadie sabe qué hará con su jubilación. El destino habitual de los speakers es la Cámara de los Lores. Un honor que los conservadores quizás le escamoteen.

Ahora será uno de los nueve aspirantes a relevarlo quien tome las riendas de Westminster, un apasionado escenario donde todavía quedan muchas horas reservadas al brexit.