Aquella llamada a la negociación de Kim Jong-un en el histórico discurso de Año nuevo de 2017 dispuso un nuevo escenario: abrió un estresante calendario de reuniones con los presidentes de China y Corea del Sur y logró la inédita y anhelada cumbre de igual a igual con Estados Unidos después de meses con recíprocas amenazas de destrucción inminente. Esa dinámica concluiría con el levantamiento de las sanciones que estrangulan la economía norcoreana.

El reciente desfile militar nocturno en la Plaza de Kim Il Sung certificó que la hoja de ruta se ha trabado. Corea del Norte envió un mensaje diáfano a Estados Unidos con su nuevo misil intercontinental y Kim Jong-un se disculpó con lágrimas ante su pueblo por sus penurias. Pionyang ha roto el aislamiento que provocaron sus desmanes pero el cierre de sus fronteras con China por el coronavirus, las inundaciones causadas por las lluvias estivales y las sanciones internacionales han mustiado los brotes verdes económicos. Supone un fracaso personal para un líder que, tras heredar el trono de su padre, había subrayado como prioritaria la mejora de las condiciones de vida de su pueblo. Sonó contracultural en un país que siempre había antepuesto el desarrollo militar.

“En la prensa nacional ya había manifestado que la situación económica no iba como quería pero me sorprendió verle llorando porque da una sensación de debilidad”, señala Ramón Pacheco, profesor de Relaciones Internacionales del King’s College de Londres y experto en Corea del Norte. “Se ha dado cuenta de que su política no ha llevado a ninguna parte, que lleva años prometiendo unas mejoras que no llegan. Ya no se puede permitir más fracasos ni esta situación se puede alargar más años, ni siquiera meses”, continúa.

Desnuclearización

Los norcoreanos son probablemente el pueblo más sufrido del mundo. Durante las grandes hambrunas de los años 90 murieron millones y no era extraño ver cadáveres en la calle, han confirmado a este corresponsal varios huídos. Pero el contexto actual desaconseja pedirles aquellos sacrificios. A las clases medias de Pionyang, que han disfrutado de productos occidentales en los surtidos supermercados en los últimos años, les resultarían inaceptables. Y las fugas de información han reventado el compartimento estanco de entonces: saben que el sur del Paralelo 38 no es un conglomerado de vagabundos, putas y delincuentes. Ahí abajo, han visto en los DVD de contrabando, viven en la abundancia.

El proceso de desnuclearización que debía aceitar la recuperación económica permanece gripado. De la primera cumbre con Trump en Singapur salió un acuerdo ampuloso y bienintencionado pero sin ninguna concreción y en Hanói, donde se esperaba su implementación, ambos líderes se acusaron de plantear pretensiones excesivas tras levantarse de la mesa. No hay una tercera cumbre prevista y a Pionyang le solivianta que su amontonamiento de gestos de buena voluntad no haya sido recompensados aún con el levantamiento de una sola de las sanciones económicas. Pero ambos líderes se han esforzado en salvar su química personal de las turbulencias del proceso. Trump reveló que “se había enamorado” de Kim tras recibir sus cartas y la prensa norcoreana evita las críticas a Trump que coleccionaron sus antecesores.

Sorprende tanta paciencia en un régimen tan levantisco y que siga fiel a la voluntaria moratoria de lanzamientos de misiles de larga distancia y ensayos nucleares ante esa ausencia de contraprestaciones. Sostienen los expertos que Pionyang espera al escenario postelectoral en Estados Unidos para exigir al nuevo presidente que coloque el proceso de desnuclearización en la carpeta de urgentes. La única certeza es que la política de Obama, tercamente cerrado a la negociación por considerarla un premio, ha quedado enterrada por la certeza de que sólo sirvió para que Pionyang acelerase su programa militar hasta amenazar suelo estadounidense. La voluntad de reunirse con Kim Jong-un que han expresado en las últimas semanas Trump y Biden suponen ya un éxito para la diplomacia norcoreana.

Persiste aún la duda de cuánto aguantará su temple. De Biden se espera un proceso negociador más apegado a la ortodoxia y menos al ego de la hemeroteca. “Si gana Trump, se celebra otra cumbre y salen todos con las manos vacías, es muy probable que Corea del Norte pierda la paciencia. No puede permitirse más fracasos, una cumbre no da de comer a la gente y es factible que muchos en su país se pregunten si su líder está siendo utilizado”, opina Pacheco. Es seguro que el acuerdo, si lo hay, no será total, inmediato e irreversible, como lo había anunciado Trump cuando ansiaba la posteridad en las vísperas de Singapur. La resolución de un problema que se alarga durante siete décadas exige algo más que una foto.