Silvio Berlusconi ofreció ayer una rara imagen, la de un político de gesto y palabra moderados, dispuesto al diálogo con el que fue cofundador de su partido y hasta hace cuatro días socio de Gobierno y es ahora enemigo declarado, Gianfranco Fini. Incluso cuando en su discurso el primer ministro se refirió a la justicia, su gran caballo de batalla para librarse de procesos y condenas, lo hizo en un tono sorprendentemente templado.

Y Fini, al frente de sus huestes disidentes, le dio su apoyo para no romper la mayoría y evitar unas elecciones anticipadas. Parecería que todo sigue igual. Sin embargo, algo, aunque no mucho, ha cambiado después del voto de confianza.

Ambos líderes salen de este inicio de curso político más debilitados de lo que ya estaban antes de irse de vacaciones. Los hombres de Fini son necesarios para la gobernabilidad, lo que pone en evidencia la debilidad de un Berlusconi que ha fracasado en su intento de comprar suficientes voluntades parlamentarias para hacer innecesarios los votos de los finianos.

El político disidente puede engañarse pensando que sus votos son imprescindibles para que Berlusconi se mantenga en el poder. Aun siendo ello cierto, a Fini le debilita el aval dado al primer ministro porque hace aflorar sus contradicciones. ¿Cómo explicar a la opinión pública el voto favorable de ayer después de la escisión del partido que ayudó a fundar junto con Berlusconi y de una serie de declaraciones solemnes contra su exsocio?

De momento, no habrá elecciones anticipadas. De la sesión de ayer emerge una sensación de moviola, de algo viejo y ya visto. Recordaba los tiempos de la primera República y del dominio de la Democracia Cristiana. Después de grandes vociferaciones nunca pasaba nada. Todo se recomponía. Tras la tregua de ayer, el próximo pimpampum tendrá por excusa la justicia. Y ya veremos entonces si hay más nueces que ruido.