El destino se guarda requiebros trágicos. El sirio Khalid Mustafa dejó atrás su país en guerra y después de seis años como refugiado en Jordania alcanzó el que le habían descrito como el país más seguro del mundo. Ayer fue enterrado junto a su hijo de 15 años en Nueva Zelanda, cinco días después de que un supremacista blanco atacara dos mezquitas en Christchurch. Su hijo Zaed, de 13 años, intentó aguantar en pie la ceremonia hasta que sus heridas le forzaron a utilizar la silla de ruedas.

Los cuerpos fueron lavados, trasladados en ataúdes semiabiertos por musulmanes ataviados con los tradicionales 'taqiyah' y ya descansan encarados a la Meca. No puedo describir qué descorazonador es Una familia vino aquí buscando seguridad y deberían haberse sentido seguros, dijo la primera ministra, Jacinda Ardern, en su segunda visita a la ciudad desde la masacre. Todos somos uno, ellos son nosotros. As-salaam Alaikum, finalizó con el saludo árabe que desea la paz al prójimo.

UN PARAÍSO ROTO

Esa certeza de seguridad que quebraron para siempre 38 minutos de ráfagas indiscriminadas es un lugar común estos días. La esposa de Khalid recordó en la radio nacional que, tras preguntar por Nueva Zelanda, escucharon que era el país más seguro del mundo, el más maravilloso al que se podía ir, donde se podía empezar una vida maravillosa Pero no lo fue.

La mayoría de los fallecidos el viernes trágico eran inmigrantes o refugiados de países como Pakistán, India, Indonesia, Malasia, Somalia, Turquía, Afganistán y Bangladesh. Habían huido de la pobreza, de la guerra o de ambas. Un niño de tres años, nacido en Nueva Zelanda de refugiados somalís, es la víctima más joven. Familiares repartidos por buena parte del mundo se han reunido en Nueva Zelanda, lejos de cualquier destino, para darles el adiós último. El Gobierno comandado por Ardern se esfuerza por acompañarles en el duelo. La llamada a los rezos del viernes a las mezquitas serán retransmitidas por la televisión nacional y se cumplirán dos minutos de silencio.

TRABAJOS DE IDENTIFICACIÓN

Los entierros se encadenan con más lentitud de la deseada por los familiares. Contra su ansiedad volvió a responder el jefe nacional de policía, Mike Bush, recordando que no se puede condenar a alguien por asesinato sin haber confirmado la causa de la muerte. El equipo de forenses llegados de todo el país ha identificado ya 21 cuerpos. Es un ritmo que impide el pronto entierro que exige la tradición musulmana.

El australiano Brenton Tarrant ha pasado de anónimo al tipo probablemente más investigado del mundo. Decenas de agentes de Australia, Canadá y Gran Bretaña escudriñan estos días todos sus movimientos previos a la masacre para completar su perfil. La tarea incluye sus viajes a Turquía y el asunto ha desembocado en una crisis diplomática por el grosero populismo del presiente Tayyip Erdogan. Este, buscando el apoyo islamista en las inminentes elecciones, dijo que Turquía castigaría a Tarrant si Nueva Zelanda no lo hacía y vaticinó una repatriación en ataúdes para todos los que visiten su país con sentimientos antimusulmanes. El ministro de Asuntos Exteriores, Winston Peters, llegará a Turquía para pedir explicaciones. No todos comparten la ejemplar llamada al diálogo y confraternización entre religiones de Nueva Zelanda.