Hakmat al Mugrabi, una abuela palestina, clama: "Les limpiaba la cara, pero la sangre no dejaba de manar. Tenían sangre en la cara, en el cuerpo. Y yo les limpiaba. Mi hijo era joven. Los niños tenían 13 y 4 años. ¿Qué quiere Israel de nosotros? ¿Dónde está Bush? ¿Dónde está el mundo?".

Yosi Cohen, asistente del Ayuntamiento israelí de Sderot, muestra un panel con fotografías en la sala de reuniones municipal. Una quincena de rostros. Varios niños. Tres de los pequeños están muertos. "¿Qué harían en Madrid si les cayeran en tres días 68 cohetes sobre sus cabezas? Todo el mundo habla de las muertes en Gaza y a nosotros nadie nos hace caso. ¿Dónde están Solana y Annan?", pregunta.

El sufrimiento y el dolor va por barrios, y muy pocas veces las víctimas son capaces de ponerse en la piel de los que sufren en el otro lado del conflicto. La ciudad israelí Sderot y la palestina Beit Janún pueden verse entre ellas a simple vista. La dos ciudades simbolizan el nuevo capítulo en el que ha entrado la Intifada. Antes eran atentado suicidas y tanques. Ahora la muerte viene del cielo.

La caza del Qasam

En Sderot caen los cohetes artesanales Qasam, algún Katiusha y algún mortero disparados desde la zona de Beit Janún. Cinco israelís han muerto desde que las milicias palestinas desarrollaron este rudimentario cohete artesanal sin sistema de dirección y con escasa potencia poco después de que en el 2000 empezara la Intifada. En Beit Janún, su ciudad gemela, Beit Lahia, y el resto de la franja de Gaza cae el fuego de artillería pesada disparado desde tierra y mar y los misiles de helicópteros Apache y de aviones no tripulados con los que Israel ha emprendido la caza del Qasam. En el último mes, solo en Beit Janún han muerto 15 personas y los bombardeos han causado tragedias como la de los Al Mugrabi, que el día 13 perdieron a tres miembros de su familia en un ataque israelí contra milicianos de la Yihad Islámica que portaban cohetes katyusha.

"Todos somos seres humanos. Sé que en Sderot están sufriendo, pero nosotros sufrimos más. La población de Sderot tiene responsabilidad sobre su Gobierno. No tienen derecho a vivir en paz cuando nosotros estamos bajo su artillería. Ellos tendrán paz cuando nosotros tengamos paz", argumenta a la entrada de su casa Hamán al Qajarna, de 45 años, empleado de la Universidad Al Quds y padre de 9 hijos. Hamán vive en el barrio Al Ammad (esperanza, en árabe) de Beit Janún, junto a la zona de nadie en la que Israel ha convertido ese lugar desde donde los milicianos disparan los Qasam.

"Mis hijos tienen pánico. No pueden ir a la escuela y, cuando oyen la sirena, se esconden aterrorizados". La sirena a la que se refiere la israelí Sima Hadad, de 33 años y madre de tres hijos, es el sistema que Israel ha puesto en marcha en Sderot bajo el nombre de Aurora Roja. Cuando las sirenas instaladas en las sinagogas ululan, significa que un Qasam está a punto de caer. "Entonces nos escondemos, hasta que oímos el ruido y sabemos que no nos ha tocado", dice Sima.

Desde que el 9 de junio el brazo armado de Hamás rompiera 16 meses de tregua tras la tragedia de la playa de Beit Lahia, han caído en esta ciudad de 23.000 habitantes, la mitad emigrantes rusos, más de un centenar de Qasam. "Estamos obsesionados con los Qasam. Solo pensamos en ellos. No podemos irnos porque nadie quiere vivir aquí, nadie compra las casas", cuenta Sima, presa de una gran indignación.

En el lado palestino, Hamán afirma: "Muchos de nosotros hemos dejado de ir a trabajar porque tenemos miedo de dejar solas a nuestras familias en casa. Un sobrino mío quedó paralítico por un misil. Es un caso sin esperanza. Si usted lo viera, no odiaría solo a Israel, sino a toda la comunidad internacional, que no hace nada". Hamán es de los vecinos de Beit Janún que se han enfrentado, incluso a tiros, con milicianos que iban a disparar Qasam.

"No se puede negociar con los árabes. Lo dicen vecinos nuestros que los conocen bien, que vienen de Marruecos y de Argelia. Lo único que entienden es la mano dura", dice, impasible, Sima, uno de los 10 habitantes de Sderot que ha iniciado una huelga de hambre frente a la casa del ministro de Defensa, Amir Peretz, para exigir soluciones drásticas a los Qasam. Peretz, oriundo de Sderot, lo intenta --más de 70 palestinos han muerto desde que llegó al ministerio, a principios de mayo--, pero para sus conciudadanos no es suficiente. "El Gobierno tiene que escoger entre Sderot y Beit Janún", exige Yosi. "Hay que reocuparlo y mover a la gente más allá para que los Qasam no lleguen hasta aquí".

El palestino Hamán mueve la cabeza tristemente. "No nos preocupa una ocupación israelí porque sabemos que solo es una cuestión de tiempo. Ahora nos bombardean cada día, no sé qué es peor", dice mientras sorbe un té muy caliente y mira hacia Sderot. "Lo que Israel no entiende es que la mano dura sólo conlleva que se disparen más Qasam", asegura Hamán.

Diálogo imposible

Protagonistas de un diálogo imposible, manchado de sangre, odio y resentimiento, Sderot y Beit Janún no se dan cuenta de que viven vidas paralelas. Ambas son ciudades pobres, castigadas por la crisis económica y víctimas de un juego mucho mayor, que se escapa a sus ciudadanos. "Los que acabamos sufriendo somos gente inocente. Esto es un sucio juego político, en el que Israel tiene la mayor parte de la culpa", reflexiona Hamán.